.A 50 años de la publicación de "Puntero izquierdo", de Mario BenedettI
Con ese texto la literatura del fútbol empezó a ganarse un lugar entre las letras.
Por Nacho Fusco
ifusco@ole.com.ar
Mario Benedetti empuña la pluma, afila la mirada, escribe: "Vos sabés las que se arman en cualquier cancha más allá de Propios. Y si no acordate del campito del Astral, donde mataron a la vieja Ulpiana". Es 1954 y el escritor uruguayo le dicta al papel las líneas fundacionales, el espermatozoide literario de un género sin presente. El cuento se llamará Puntero izquierdo y lo publicará un año más tarde, en el 55, en la revista Número, ya desaparecida. La gente hojeará la publicación, leerá el relato. El semblante, al comienzo, espejará ansiedad, curiosidad, al continuar con la lectura se irá distorsionando, contrariado. El cuento es de fútbol, y es novedad. La literatura jamás había guardado una pelota bajo el sobaco, hay extrañeza al encontrarse con botines y camisetas embarrando el blanco de un libro.
"La movida que hay ahora con los cuentos de fútbol tuvo su punto inicial en esa genial obra de Benedetti", le confirma a Olé, pero 50 años después, ya en el Siglo XXI, Alejandro Apo, conductor de Todo con Afecto (sábados, de 15 a 18, por radio Continental), reconociendo el fenómeno. Cada tarde de cada sábado, como él mismo dice, el comentarista lee un cuento y lo funde con otros recuerdos, misceláneas, el escucha se amiga con la cultura. "Muchas veces —le reconoce el escritor Roberto Fontanarrosa a Olé— la gente se me acerca y me dice que escuchó un cuento mío en el programa de Apo. Lo que hizo ese hombre por la literatura futbolera es admirable. Y también noto que hay muchas personas que no son lectores habituales pero se acercan a los libros por el fútbol. Me parece un puente válido. Es un auge interesante".
En los últimos diez años, la literatura acusó los timbrazos del fútbol y finalmente le abrió las puertas de su living. Pero los timbrazos, histéricos, tozudos, fueron muchos: Puro fútbol (Fontanarrosa), Hambre de gol (Walter Saavedra y Claudio Cherep), Corazón y pases cortos (Juan José Panno), Esperándolo a Tito, Te conozco, Mendizábal y Lo raro empezó después (Eduardo Sacheri, que ganó fama y publicación con Todo con Afecto) conforman la larga lista.
"El fútbol ha sido objeto de desprecio por parte de los intelectuales desde siempre", afirma Eduardo Galeano, uno de los capitanes de este equipo que acomodó las canilleras en los anaqueles. En 1995, hace diez años, el uruguayo publicó El fútbol a sol y sombra. Ahora, vía mail, escribe unas líneas para Olé y saluda a su musa: "Yo escribí El fútbol a sol y sombra para ayudar a la conversión de los paganos, a los que desprecian la pelota y a los que desconfían de los libros. Afortunadamente, desde hace ya algún tiempo somos unos cuantos los que andamos en eso. A la larga, esperamos, los intelectuales y los hinchas terminarán por aceptar que el fútbol es una expresión de identidad cultural, en casi todo el mundo y sobre todo en estos países nuestros, donde el fútbol es la única religión que no tiene ateos. Dime cómo juegas y te diré quién eres".
Los orígenes. Antes de la obra de Benedetti, la literatura documentó algunos hechos verídicos y los recicló en poemas, relatos periodísticos, bordeando la ficción. A principios de la década del 20, el peruano Juan Parra del Riego y el argentino Bernardo Canal Feijóo escribieron Penúltimo poema del fútbol. El mexicano Juan Villoro se inspiró en el Maracanazo y escribió El hombre que murió dos veces. Horacio Quiroga, escritor uruguayo, publicó Suicidio en la cancha, un cuento basado en un hecho real, un back de Nacional pegándose un tiro en el anillo central. Acaso en 1918 nació el primer relato exclusivamente de ficción, mas en la otra orilla: Los once ante la puerta dorada, una novela del francés Monthelant. Ya casi 85 años después, la Secretaría de Cultura de la Nación (a impulso del ministro Daniel Filmus) se hizo un festín con el material que hoy puebla el país: en el 03 difundió más de 500.000 ejemplares de ocho cuentos de fútbol (Alejandro Dolina, Osvaldo Soriano, Juan Sasturain, Mempo Giardinelli, etc.) en Bahía Blanca, Rosario, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires. "Cuando leés, ganás siempre", decían los folletos.
El Gordo Soriano se nos habrá ido en 1997, pero antes arrojó unos cuantos escritos sobre la mesa. Al conocido El penal más largo del mundo le sumó Míster Peregrino Fernández, una novela de un director técnico que no encontró su final porque Soriano encontró la muerte. "Los intelectuales detestan el fútbol —se quejaba el Gordo—. Pareciera que el que piensa está peleado con el cuerpo, así como el que usa el cuerpo desdeña el pensamiento. Nadie va a encontrar a un intelectual en un baile, por ejemplo. ¡Qué sé yo! La cosa se complica para un intelectual en cualquier lugar donde se junten más de cinco personas".
Alejandro Apo se toma una lágrima y coincide con Soriano: "Los intelectuales nunca aceptaron lo masivo, porque dicen que lo masivo es mersa. Y yo creo que en esa discriminación cometieron muchos errores. El cuento de fútbol no es un hecho de hoy, sino que tiene una gran historia", asegura, meloso, Apo, el aceite verde ya ensuciando las páginas, las letras. "El fútbol y los libros, históricamente, se trataron de usted. Lo que nosotros pretendemos es que empiecen a tutearse", dice el relator Walter Saavedra, que canta algo más que un gol, y canta con razón. El fútbol les embarró la alfombra a las letras, pero las letras ya no desenfundan la escoba como antes.
Con ese texto la literatura del fútbol empezó a ganarse un lugar entre las letras.
Por Nacho Fusco
ifusco@ole.com.ar
Mario Benedetti empuña la pluma, afila la mirada, escribe: "Vos sabés las que se arman en cualquier cancha más allá de Propios. Y si no acordate del campito del Astral, donde mataron a la vieja Ulpiana". Es 1954 y el escritor uruguayo le dicta al papel las líneas fundacionales, el espermatozoide literario de un género sin presente. El cuento se llamará Puntero izquierdo y lo publicará un año más tarde, en el 55, en la revista Número, ya desaparecida. La gente hojeará la publicación, leerá el relato. El semblante, al comienzo, espejará ansiedad, curiosidad, al continuar con la lectura se irá distorsionando, contrariado. El cuento es de fútbol, y es novedad. La literatura jamás había guardado una pelota bajo el sobaco, hay extrañeza al encontrarse con botines y camisetas embarrando el blanco de un libro.
"La movida que hay ahora con los cuentos de fútbol tuvo su punto inicial en esa genial obra de Benedetti", le confirma a Olé, pero 50 años después, ya en el Siglo XXI, Alejandro Apo, conductor de Todo con Afecto (sábados, de 15 a 18, por radio Continental), reconociendo el fenómeno. Cada tarde de cada sábado, como él mismo dice, el comentarista lee un cuento y lo funde con otros recuerdos, misceláneas, el escucha se amiga con la cultura. "Muchas veces —le reconoce el escritor Roberto Fontanarrosa a Olé— la gente se me acerca y me dice que escuchó un cuento mío en el programa de Apo. Lo que hizo ese hombre por la literatura futbolera es admirable. Y también noto que hay muchas personas que no son lectores habituales pero se acercan a los libros por el fútbol. Me parece un puente válido. Es un auge interesante".
En los últimos diez años, la literatura acusó los timbrazos del fútbol y finalmente le abrió las puertas de su living. Pero los timbrazos, histéricos, tozudos, fueron muchos: Puro fútbol (Fontanarrosa), Hambre de gol (Walter Saavedra y Claudio Cherep), Corazón y pases cortos (Juan José Panno), Esperándolo a Tito, Te conozco, Mendizábal y Lo raro empezó después (Eduardo Sacheri, que ganó fama y publicación con Todo con Afecto) conforman la larga lista.
"El fútbol ha sido objeto de desprecio por parte de los intelectuales desde siempre", afirma Eduardo Galeano, uno de los capitanes de este equipo que acomodó las canilleras en los anaqueles. En 1995, hace diez años, el uruguayo publicó El fútbol a sol y sombra. Ahora, vía mail, escribe unas líneas para Olé y saluda a su musa: "Yo escribí El fútbol a sol y sombra para ayudar a la conversión de los paganos, a los que desprecian la pelota y a los que desconfían de los libros. Afortunadamente, desde hace ya algún tiempo somos unos cuantos los que andamos en eso. A la larga, esperamos, los intelectuales y los hinchas terminarán por aceptar que el fútbol es una expresión de identidad cultural, en casi todo el mundo y sobre todo en estos países nuestros, donde el fútbol es la única religión que no tiene ateos. Dime cómo juegas y te diré quién eres".
Los orígenes. Antes de la obra de Benedetti, la literatura documentó algunos hechos verídicos y los recicló en poemas, relatos periodísticos, bordeando la ficción. A principios de la década del 20, el peruano Juan Parra del Riego y el argentino Bernardo Canal Feijóo escribieron Penúltimo poema del fútbol. El mexicano Juan Villoro se inspiró en el Maracanazo y escribió El hombre que murió dos veces. Horacio Quiroga, escritor uruguayo, publicó Suicidio en la cancha, un cuento basado en un hecho real, un back de Nacional pegándose un tiro en el anillo central. Acaso en 1918 nació el primer relato exclusivamente de ficción, mas en la otra orilla: Los once ante la puerta dorada, una novela del francés Monthelant. Ya casi 85 años después, la Secretaría de Cultura de la Nación (a impulso del ministro Daniel Filmus) se hizo un festín con el material que hoy puebla el país: en el 03 difundió más de 500.000 ejemplares de ocho cuentos de fútbol (Alejandro Dolina, Osvaldo Soriano, Juan Sasturain, Mempo Giardinelli, etc.) en Bahía Blanca, Rosario, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires. "Cuando leés, ganás siempre", decían los folletos.
El Gordo Soriano se nos habrá ido en 1997, pero antes arrojó unos cuantos escritos sobre la mesa. Al conocido El penal más largo del mundo le sumó Míster Peregrino Fernández, una novela de un director técnico que no encontró su final porque Soriano encontró la muerte. "Los intelectuales detestan el fútbol —se quejaba el Gordo—. Pareciera que el que piensa está peleado con el cuerpo, así como el que usa el cuerpo desdeña el pensamiento. Nadie va a encontrar a un intelectual en un baile, por ejemplo. ¡Qué sé yo! La cosa se complica para un intelectual en cualquier lugar donde se junten más de cinco personas".
Alejandro Apo se toma una lágrima y coincide con Soriano: "Los intelectuales nunca aceptaron lo masivo, porque dicen que lo masivo es mersa. Y yo creo que en esa discriminación cometieron muchos errores. El cuento de fútbol no es un hecho de hoy, sino que tiene una gran historia", asegura, meloso, Apo, el aceite verde ya ensuciando las páginas, las letras. "El fútbol y los libros, históricamente, se trataron de usted. Lo que nosotros pretendemos es que empiecen a tutearse", dice el relator Walter Saavedra, que canta algo más que un gol, y canta con razón. El fútbol les embarró la alfombra a las letras, pero las letras ya no desenfundan la escoba como antes.
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