River: esa peligrosa obsesión de sentirse copero.
River ha ingresado en una espiral peligroso, lindante con lo nocivo, con un efecto que parece no haber detectado, probablemente embriagado por un elixir que ambicionaba: el de sentirse copero. Al tope del ranking en conquistas domésticas (36), el plano internacional le provocaba disgustos reiterados, con muy buenos planteles y también con otros de menor valía. Era un hechizo. Daniel Passarella, ícono de otros tiempos, admitió más de una vez que "el River de Labruna se conformó con poco, debió ganar mucho más", y en el debe de ese grupo estaba claramente la Copa Libertadores.
Hasta que Marcelo Gallardo asumió la conducción técnica, a mediados de 2014, inmediatamente después del último festejo local de la mano de un ilustre del club como Ramón Díaz, River padecía, globalmente, los encuentros internacionales. Acreditaba cinco títulos en su historia (fue fundado en 1901), entre ellos, dos Libertadores (1986 y 1996) y una Intercontinental (1986). Con Gallardo, la historia tuvo un vuelco marcado. Y si bien no hubo un salto cualitativo, porque su máxima chapa se la otorgan la Libertadores 2015, la Sudamericana 2014 y haber ido a jugar la final con Barcelona a Japón, fueron cinco logros en muy breve lapso, con un doble nocaut incluido que cotiza en bolsa sobre Boca, dueño de una rica tradición en el exterior. Lo consiguió con un gran plantel del que apenas quedan sobrevivientes.
Se acostumbró River a privilegiar las copas y los mata-mata que envalentonan a Gallardo. Juega a ganar copas para participar en otras copas. A su público le gusta y a Gallardo y a la di rigencia les sirve: les dan espaldas. Tanto poder hipnótico tiene el factor copa que sólo por focalizarse en la Libertadores 2017 le dio preponderancia a la Copa Argentina, que define esta noche con Rosario Central, en detrimento del torneo local (la fecha anterior) y del mismísimo superclásico. En un playoff copero, D'Alessandro, Driussi y Martínez nunca hubiesen sido reemplazados como el domingo pasado en el Monumental, por fatiga o dolencias.
Es real que Gallardo le dio otra estatura futbolística y de imagen a River en dos años y medio. Tan cierto como que le cuesta horrores encadenar dos meses seguidos de buenas producciones en torneos locales, tenga o no competencia internacional paralela. Si Gallardo y el River dirigencial entienden que una victoria esta noche les redondea el año y lo impulsan deportiva y económicamente para 2017, estarán viendo sólo una parte de la historia. Pero quizá la apuesta sea precisamente ésa: recuperar terreno en un ámbito que le era esquivo. Una apuesta riesgosa y con efectos colaterales.
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