Analistas de riesgo
"Hay certezas conocidas y certezas desconocidas. Luego hay cosas que no sabemos que no sabemos y cosas que no sabemos que sabemos.".
Donald Rumsfeld, ex Secretario de Defensa de EE UU
Por si alguien no se enteró, Brasil cayó eliminada del Mundial 2014 tras perder 7 a 1 contra los alemanes y Goldman Sachs también quedó humillado. Los individuos más listos del mundo, los que convencieron al gobierno de Estados Unidos (en el annus horribilis 2008) para pagar un “rescate” de diez mil millones de dólares mientras seguían acumulando enormes beneficios hacen el tonto cuando intentan comprender el fútbol, el misterio frente al que no tienen respuesta alguna. Para los amos del universo esta es la última frontera, la que son incapaces de superar.
En un día, probablemente lejano, quizá se hará la revolución y aquellos que hoy se forran y a la vez se ríen de los demás mortales desfilarán cabizbajos mientras las multitudes les lanzan tomates podridos, pero mientras tanto demos gracias de que al menos tenemos el fútbol como refugio. Sí, por supuesto, el fútbol también tiene sus putos amos —corruptos y grotescamente adinerados—, pero durante los 90 minutos que dura un partido la vida se vuelve imprevisible, fuera del control de los que controlan todo lo demás. Se suspende la cotidiana realidad, se puede soñar, puede pasar cualquier cosa.
Veamos el caso de Fernando Torres, recién reincorporado a su alma máter, el Atlético de Madrid. La vuelta del pródigo, tras su exilio en el Liverpool, el Chelsea y el Milan, ha sido recibido con euforia por fieles del Atleti. Sin embargo, cualquier análisis tipo Goldman Sachs, basado en su lamentable estado de forma a lo largo de los últimos 5 años, solo podría llegar a una conclusión: que en el templo del Calderón sufrirán una terrible desilusión. Si El Niño vuelve a ser la mitad del jugador que fue en sus días de gloria veremos, exagerando solo un poco, el milagro más grande desde tiempos de Lázaro. Pero, ¿quién sabe? Ojalá. El fútbol rompe esquemas todos los días —el día de año nuevo, por ejemplo—.
El Tottenham estaba teniendo una temporada bastante mediocre, con cuatro partidos perdidos en casa, cuando el jueves recibió al todopoderoso Chelsea, cuyo dueño es el magnate ruso Roman Abramovich y cuyo entrenador es José Mourinho. El Chelsea iba primero en la tabla. La combinación letal entre el ex jugador del Atlético Diego Costa y el ex del Barcelona Cesc Fàbregas, rey de las asistencias de la Premier League (14 en 20 partidos), parecía haberles asegurado el título inglés. Muy difícil que el Tottenham arañara siquiera un empate. Pero, ¿qué pasó? Para júbilo de los fans del Tottenham y alivio de los del Real Madrid, el Tottenham ganó 5-3. Fue solo la segunda vez en sus 715 partidos como entrenador que Mourinho vio a un equipo suyo conceder cinco goles.
Después del encuentro Mourinho le echó la culpa de la derrota al árbitro, cómplice en una “campaña”, según él, contra el Chelsea. Si a su equipo se le hubiera pitado un penalti que el árbitro se comió, el resultado hubiera sido diferente, aunque el penalti nadie lo vio salvo el propio portugués. “Eso no es fútbol”, declaró indignado.
Fue un curioso comentario de alguien que se supone conoce el fútbol mejor que casi nadie; fue lo que podría haber dicho un analista de Goldman Sachs. Partía de la base de que los resultados en el fútbol son sensibles a factores racionales cuando la grandeza del fútbol es que el azar juega un papel más determinante que en cualquier otro deporte y aquí las inevitables arbitrariedades del árbitro, entre otras cosas, son decisivas. El fútbol se escapa de las manos de los Goldman Sachs, de los Abramovich e incluso de los Mourinhos de este mundo, un consuelo mientras esperamos la llegada de la revolución.
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