Gracias, Alfredo
A los 88 años, falleció en Madrid. Lo lloran Pelé, Maradona y Cruyff, los otros monstruos de la historia del juego. Nació en Barracas, fue campeón con River y el seleccionado argentino, pero se llenó de fama ganando todo con el Real Madrid.
Por Daniel Guiñazú
Con Alfredo Di Stéfano fallece la primera de las gemas de la máxima corona del fútbol. Porque su muerte, producida ayer en Madrid, a los 88 años, luego de haber sufrido un infarto terminal el sábado pasado, no es la de cualquier gran jugador. Di Stéfano fue (es) mucho más que eso. Di Stéfano fue, es y será uno de los cuatro más grandes futbolistas de todos los tiempos. Y en Europa no tienen dudas: si hay consenso de que Pelé, Johan Cruyff y Diego Maradona son los otros cuatro monstruos indiscutidos de todos los tiempos, hay otro mucho mayor allá de que Alfredo Di Stéfano está por encima de todos ellos.
Nacido en Barracas el 4 de julio de 1926 y profesional desde el 15 de julio de 1945, cuando debutó con la camiseta de River enfrentando a Huracán, Di Stéfano fue el primer jugador a escala mundial. Pero, curiosamente, no necesitó consagrarse en ninguna Copa del Mundo para serlo: de hecho, nunca jugó un partido de la máxima competencia (fue convocado por el seleccionado español en 1962 al Mundial de Chile, pero llegó lesionado y no pudo estar). Su grandeza la forjó en el Real Madrid. Y no se estaría exagerando nada si se dijera que, a la inversa, el Madrid le debe a Di Stéfano gran parte de su gloria. Porque fue de su mano (y con sus goles) que el equipo blanco de la capital española ganó, de manera consecutiva, las primeras cinco ediciones de la Copa de Campeones de Europa (tal el nombre por entonces de la actual Champions League), entre 1956 y 1960 inclusive, ocho Ligas de España (1954/55/57/58 /61/62/63/64) y la primera Copa Intercontinental, en 1960.
Pero no sólo deslumbró en Europa Alfredo Di Stéfano. También fue campeón con River en 1947, con una extraordinaria marca de 27 goles en 30 partidos; campeón su-damericano con el seleccionado argentino el mismo año en Guayaquil (Ecuador) y junto con Adolfo Pedernera, piloteó al mejor equipo colombiano de todos los tiempos: Millonarios, el Ballet Azul, tricampeón en 1949/50/52, en el que señaló 90 goles en 101 encuentros. Precisamente, una notable actuación suya ante el Real Madrid en un amistoso de 1952 convenció a Santiago Bernabéu, el legendario presidente madridista, de que Di Stéfano era el jugador ideal para ocupar el centro del ataque. Pero el pase recién pudo concretarse en 1953, tras una histórica pulseada con el Barcelona.
Ese fue el punto de partida de, acaso, el ciclo más brillante que jugador alguno haya tenido en un club a lo largo de la historia: entre 1953 y 1965, Di Stéfano disputó 453 partidos para el Madrid, anotó 357 goles (5 veces fue el máximo goleador de la temporada), ganó 10 títulos y logró dos veces (1957/59), el Balón de Oro como mejor jugador de Europa. Supieron reconocerle tamaña foja de servicios: el 5 de noviembre de 2000, se lo nombró presidente honorario de la institución.
¿Cómo jugaba Di Stéfano? En sus comienzos en River (tuvo un paso fugaz a préstamo en Huracán, en 1946) fue un velocista, un jugador de estilo directo con el gol grabado entre ceja y ceja. Un “sprinter”, como se los llamaba en aquellos tiempos lejanos de la década del ’40. Después, fue madurando y sin perder su tremenda eficacia en la red adversaria, mutó a un jugador integral, capaz de dar una mano en la defensa, participar del armado de la jugada e intervenir en la definición. “Estando él en la cancha, tenemos dos jugadores por puesto”, dijo alguna vez Miguel Muñoz, uno de sus directores técnicos en el Madrid en los años ’60. “Mi quinta mide 110 por 70”, respondía Di Stéfano cuando le preguntaban cuál era su puesto en el verde césped.
Y tal fue su generosidad, su amor por el fútbol y la pelota (en el fondo de su casa madrileña le había levantado un monumento con la inscripción “Gracias Vieja”), que en el último año de su carrera, en 1966 y en el Espanyol de Barcelona, llegó a jugar como número 6, metiendo pierna, tirándose al piso y contagiando como si fuera un aprendiz y no un supercrack en retirada.
Ese no guardarse nada y dejar todo en la cancha, pero también su fino poder de observación y análisis los volcó en su carrera como director técnico, que se extendió entre 1967 y 1991. En la Argentina hizo historia: es el único entrenador que fue campeón con los dos equipos más grandes. Con Boca ganó el Nacional de 1969, con aquel equipo hiperofensivo que tenía al peruano Julio Meléndez dando cátedra en el fondo, a Norberto Madurga como un número cinco que llegaba al gol y a una de las mejores versiones del ídolo Angel Clemente Rojas. Con River ganó el Nacional de 1981, con Daniel Passarella mandando en la defensa y con Mario Kempes marcando el gol del triunfo en aquella recordada final en Caballito ante el Ferro de Carlos Griguol.
A Boca lo dirigió otra vez en 1985. Pero ya no tenía a aquellos grandes jugadores. Y se fue rápido. Sin que el éxito o el fracaso circunstanciales pudieran manchar una trayectoria irrepetible. Porque Alfredo Di Stéfano es el fútbol mismo. Y lo seguirá siendo. La muerte no puede con ciertas cosas.
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