La violencia en el fútbol avergüenza a Argentina
Estaba claro que este viernes, después del tercer y definitivo derby
que disputaban Boca Juniors y River Plate había ganado uno cada equipo
en Argentina no se hablaría de otra cosa. Sin embargo, aunque el
encuentro acapara todas las discusiones, no se menciona siquiera el
fútbol. Se habla de violencia y de vergüenza. De permisividad y de
complicidad de los clubes con aquellos que han convertido este deporte
en una actividad de riesgo para los espectadores. Y también para los
jugadores. Anoche tres de ellos acabaron en el hospital tras ser
rociados con gas pimienta cuando salían al campo en el segundo tiempo.
De acuerdo con las imágenes que circulan por internet, y
a falta de cualquier tipo de confirmación oficial sobre su identidad,
una persona vestida con una camiseta de Boca Juniors agujereó la manga
que llevaba a terreno de juego y roció con gas pimienta a los jugadores
que pasaban. Leonardo Ponzio, Matías Kranevitter y Ramiro Funes Mori
fueron los más afectados, y deben permanecer 72 horas en reposo a causa
de los efectos causados por esa sustancia irritante en los ojos.
Los efectos del gas pimienta no son permanentes, aunque
sí muy molestos. En la piel causa una fuerte picazón, en la garganta
puede ocasionar una sensación de asfixia y ardor, y en los ojos genera
una fortísima irritación que puede derivar incluso en una ceguera
temporal.
¿De dónde salió ese gas pimienta? Nadie ha dado ninguna
precisión. Después de días enteros en los que la televisión se afanaba
en mostrar el despliegue de seguridad montado para recibir a la hinchada
local debido a la inseguridad los simpatizantes del equipo visitante
no pueden acudir a los estadios y que incluían la identificación con
huellas dactilares, ninguna autoridad del fútbol argentino o del club ha
brindado la más mínima explicación.
Los periodistas deportivos señalan que los ultras de los
equipos esquivan estos controles. Y denuncian connivencia de los
directivos y de la policía. Independientemente de las conjeturas, si
algo demuestra que esos controles no son efectivos son las imágenes al
comienzo del partido, en las que se ve una cantidad impresionante de
pirotecnia, con la que está absolutamente prohibido ingresar al estadio.
El año pasado 14 personas murieron durante o después de partidos de
fútbol en Argentina.
El fiscal general de la Ciudad de Buenos Aires, Martín
Ocampo, ha confirmado la clausura de estadio de Boca Juniors para
“preservar las pruebas” que puedan ser encontradas. Y adelantó que el
presidente del club porteño, Daniel Angelici, “puede ser sujeto de la
investigación”.
La Conmebol será la encargada de decidir si el partido
que se suspendió ayer más de una hora después de la agresión debe
terminar de jugarse o si se dará como ganado el partido a River Plate.
En cualquier caso, las críticas a los dirigentes del club de La Boca son
prácticamente unánimes. Los jugadores siguieron en el campo con la
intención de reanudar el juego mientras varios integrantes del equipo
contrario intentaban en vano recuperarse con toallas en la cara o
echándose agua en los ojos. Lejos de la empatía, el plantel xeneixe se retiró aplaudiendo a una afición cuyos cánticos acusaban de cobardía a los agredidos.
Una hinchada que, además, no se retiró de las tribunas
demostrando la falta de recursos del operativo de seguridad para
despejarlas a pesar de que el partido había sido ya suspendido, lo que
extendió las escenas que hoy se tildan de bochornosas hasta la
madrugada.
Actualmente hay dos proyectos del ley en danza con el
objetivo de frenar la violencia en el fútbol, pero la poderosa
Asociación del Fútbol Argentino no acaba de verlos con buenos ojos.
Entre otras cosas porque plantean la responsabilidad civil de los
organizadores de los encuentros. Nadie quiere pagar las consecuencias de
la violencia. Y aunque nadie parece saber cómo atajarla.
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