El orgullo del fútbol
Al ritmo que avanza la sociedad, este deporte se está quedado alarmantemente rezagado
Mientras las calles de medio mundo se engalanan con banderas arcoíris para reivindicar los derechos del colectivo LGTB,
el mundo del fútbol sigue marcando unas distancias preocupantes con
cualquier movimiento social que se manifieste en favor de las libertades
sexoafectivas, como si en alguna de las 17 normas que rigen el juego se
advirtiera que, sobre tales cuestiones, no hay nada que decir o
celebrar. Bien es cierto que en los últimos tiempos se han dado pequeños
pasos en la dirección correcta pero al ritmo que avanza la
normalización en otros ámbitos de la sociedad, debemos concluir que el
fútbol se está quedando alarmantemente rezagado.
Sobre las causas de esta actitud esquiva ante una
revolución tan necesaria se ha dicho y escrito mucho. Con buenas
palabras y cierto tono paternalista, a menudo se aborda la homofobia en
el fútbol como una mezcla de folclore y chiquillada a la que no conviene
dar demasiada importancia, dicen. Estos días, sin ir más lejos, hemos
podido leer en un importante diario digital el siguiente titular: “FIFA amenaza a México con importantes sanciones por su tradicional grito”.
Se refiere, por si usted no se ha enterado, a una absurda y
despreciable costumbre de acompañar el saque del portero rival al grito
de “¡Eeeeh puto!”, una ofensa de pésimo gusto que el redactor confunde
con alguna de las bondades del carácter mexicano. Con esta última, por
cierto, ya son ocho las advertencias del máximo organismo del fútbol a
la Federación Mexicana de Fútbol por lo que se podría pensar que, como
poco, se lo están tomando con calma.
Similar fue el pretexto elegido por unos supuestos
aficionados de Boca Juniors para perpetrar una campaña de claro tinte
homófobo al enterarse de que su equipo tendría una camiseta alternativa
de color rosa. La barra llegó a amenazar con parar el partido designado
para su estreno, frente a Rosario Central, y la AFA decidió intervenir
ordenando que fuese el equipo canalla quien vistiera su segunda
equipación pese a contravenir, de este modo, sus propias normas.
Curiosamente, la polémica camiseta se convirtió en una de las más
vendidas de la historia xeneize en pocas semanas así que los violentos
terminaron por advertir beneficios en el asunto, dueños como son del
mercado de falsificaciones en los aledaños del estadio. Finalmente, Boca
estrenaría ‘la rosada’ en un duelo frente a Gimnasia y Esgrima La
Plata.
Aquí, en España, también sobra lana que cardar; no hace
falta viajar tan lejos. Desgraciadamente, todavía sigue fresco el
recuerdo de aquel minuto de silencio en honor a Johan Cruyff que algunos
energúmenos aprovecharon para escupir su “Cristiano maricón” de
corrido, sin una triste coma en medio. Al día siguiente, para completar
la tarara, un diario catalán despachó la noticia de la siguiente manera:
“El señorío de Cristiano Ronaldo era mentira. Sus gestos de negación no
eran hacia los gritos, irrespetuosos, que rompieron el minuto de
silencio. Los noes de Ronaldo respondían al contenido de esos gritos: Cristiano maricón”. Este, queridos lectores, es el nivel.
Y mientras todo esto sucede -y mucho más- como si nada
pasase, la invisibilidad del colectivo LGTB en el fútbol de élite parece
condenada a perpetuarse sin que nadie mueva un dedo y con pocas
esperanzas en que el VAR sirva para corregir tan clamorosa injusticia.
El fútbol necesita sentirse orgulloso de una maldita vez pero, por
desgracia, ya no llegará a tiempo para el desfile de este año.
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