Fútbol
Es tradición que Rajoy delegue la representación en las finales en las que no juega el Real Madrid, el Rey emérito ni eso
Menos mal que el Rey emérito, ése cuya función nadie sabe bien cuál es pero que la ejerce siempre que puede y con frecuencia inconvenientemente, le dejó en un segundo plano al comparecer también en el palco de Cardiff y, sobre todo, al bajar a los vestuarios del Real Madrid después del partido, que el equipo madridista ganó con una exhibición de juego, para felicitar a los jugadores y hacerse un selfi abrazado (todo un Rey emérito) al capitán madridista Sergio Ramos mientras éste esperaba a poder orinar para pasar el control antidoping. Lo cual hablaría de su campechanía, tan ponderada en sus tiempos de gloria, si no fuera que tres años atrás no compareció en el palco (ni él ni Mariano Rajoy; mandó a la vicepresidenta) del estadio olímpico de Berlín para ver cómo el Barcelona le ganaba otra final de Champions a la misma Juventus de Turín. Y no es la primera vez que ocurría. Ya es tradición que Rajoy delegue en alguien de su Gobierno la representación de éste en las finales de fútbol en las que no juega el Real Madrid y el Rey emérito ni siquiera eso.
Se quejan los madridistas de que muchos españoles identifiquen a su equipo con el centralismo y el poder, sobre todo en los territorios menos afectos a lo español, pero tanto el club madridista como bastantes políticos continuamente les dan razones para que piensen de esa manera. Lo peor es que esas razones son también combustible para una desafección que trasciende al fútbol, que, como todos sabemos, en España es más que un deporte.
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