El acto de Gerard Piqué
¿Cómo es posible haber llegado hasta aquí y no haber encontrado vías políticas y democráticas que inventaran una solución?
El vértigo se ha
apoderado de España. Los bandos se conforman sostenidos en dos banderas,
dos trozos de tela que atrapan en una identificación férrea la
subejtividad de amplias masas de población que habitan de uno y otro
lado de la frontera que se comienza a erigir. España y Catalunya,
Catalunya y España, hoy en apariencia, tan alejadas.
¿Cómo es posible haber llegado hasta aquí y no haber encontrado vías políticas y democráticas que inventaran una solución?
Es verdad que el referéndum convocado
era ilegal pero también es cierto que el Gobierno de España ha
reprimido de modo innecesario a las masas de votantes que se agolpaban a
la puerta de los colegios electorales. Si la ilegalidad del referéndum
es evidente, no así la legitimidad que tiene un amplio sector de los
catalanes para pedirlo e incluso forzarlo de la buena manera. Al
Gobierno lo asiste la legalidad, sin ninguna duda, pero pierde toda
legitimidad al reprimir a gente desarmada y pacífica que ejercen su
derecho a la desobediencia civil. ¿Por qué aporrear, tirar de los pelos,
torcer brazos, hacer volar por los aires, golpear a ancianos, pisotear a
los caídos, tirar pelotas de goma? Votar era ilegal, sí, pero era
votar, no tomar por las armas la Moncloa.
Nos acercamos a un punto de no retorno donde las palabras del rey no
ayudan a templar los ánimos. Marcó una línea infranqueable sostenida en
la Constitución pero no abrió ninguna vía de negociación posible luego
del restablecimiento del orden. Confiar en que el articulo 155 va a
solucionar el problema es estar ciego ante los efectos insospechados que
produce una identificación férrea en la subjetividad que toca al ser.
Ser catalán se ha convertido en una bandera de millones de ciudadanos
que reniegan de su ser español, sobre el que acumulan agravios
centenarios o actuales sin la mas mínima objetividad. Y es lógico que
sea así pues no se trata de algo objetivo sino de una pasión que se
anuda a una palabra vaciada de sentido. A esta palabra, catalán, se le
ha anudado otra, independencia. Son dos palabras que producen un cierre
sobre sí mismo de aquellos que las defienden y, a su vez, produce un
efecto de segregación de todos aquellos que no las comparten, sean
catalanes o españoles, vivan en Catalunya o en el resto de España.
Se han producido muchas propuestas y pensado caminos posibles, sean de
diálogo o de dura aplicación de la ley, sea utilizando mociones de
censura o enviando a la policía, sea por la vía del martirio o por medio
de un referéndum. Ojalá el diálogo y la concordia resurjan aunque la
inminente declaración de independencia no parece que vaya a favorecer
ningún arreglo. La propuesta de generar un proyecto común entre España y
Catalunya debería ser escuchada.
Por otra parte, hemos tenido estos días uno de los mejores ejemplos de
cuál sería la vía a seguir: me refiero al acto de Gerard Piqué. El buen
defensor del Barça y de la selección española de fútbol lloró ante las
cámaras cuando era interrogado sobre el referéndum que se acababa de
celebrar el domingo uno. No pudo soportar la emoción cuando recordó cómo
la policía nacional y la guardia civil habían reprimido a la gente que
les obstaculizaba la labor encomendada de impedir la votación. A
continuación habló de que seguiría jugando en la selección española
porque en España había muchos demócratas que pensaban como él pero que
si era un estorbo, no tendría problema en dar un paso al costado y
abandonar la selección. Al día siguiente, lunes dos, se presentó en la
convocatoria de la selección a entrenar normalmente. Como era un
entrenamiento abierto, las gradas estaban llenas de furiosos aficionados
cargados de banderas españolas que lo insultaron, le gritaron que su
nación era la española y desearon que lo echaran de la selección. Piqué
aguantó los insultos y se quedó. Al día siguiente, martes 3, ya a
puertas cerradas hubo un entrenamiento tranquilo. Es decir que Piqué
lloró por Catalunya y entrenó con España al día siguiente. Habrá quienes
quieran ver en esta paradoja un ejercicio de cinismo o de conveniencia
económica o de que no sabe lo que hace o que traiciona sus ideales; sin
embargo, a mi me parece que Piqué nos señala la profunda división
subjetiva que significa ser catalán (y español). Por un lado, el amor a
la tierra y a la lengua, a la historia, a las tradiciones y a las
particularidaes, a los paisajes propios y al mar, a las comidas y a las
bromas, a todo aquello que lo constituye como una totalidad. Totalidad
del ser catalán que está agujereado por lo español, irreversiblemente, y
que cohabita en la subjetividad del pueblo catalán. Es la lengua que
todos hablan, los lazos familiares que los llevan a pasearse por España,
paisajes que penetraron en sus retinas, amores que vivieron o viven,
hijos, calles, aventuras, libros, rivalidades futbolísticas que alegran
la vida, debates y rencores.
Ser español hoy es ser asturiano, vasco, andaluz, gallego, navarro,
valenciano, riojano, extremeño, madrileño, castellano-manchego,
castellano-leonés, murciano, canario, balear, cántabro, aragonés y, por
supuesto, catalán. Es la alegría de lo múltiple que constituye a España.
Esto es lo que el acto de Piqué nos señala, con precisión, como un
camino posible: alegría porque el uno nacional puede habitar en la
multiplicidad sin desaparecer. Ahí anida el entusiasmo por la
diversidad, por llevar con más ligereza las identificaciones, por el
buen uso del goce de vivir. Es esta alegría lo que defendemos todos los
que amamos profundamente a Catalunya y a España. Esto es lo que pretende
quitarnos la certeza del Uno nacionalista, creador de fronteras. Lo que
no ha descubierto aún el nacionalismo es que esta alegría se la quita
también a sí mismo.
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