Rosario Central: el Che y el deporte
Desde la más remota antigüedad el desarrollo del deporte respondió
al desarrollo de las aptitudes sociales de camaradería y a la
instrumentalización de los totalitarismos.
Lo primero por la razón de compartir el tiempo libre en una actividad lúdica que implicase el esfuerzo sin fines productivos, alienantes como el trabajo. Por la puesta en escena del espíritu gregario de la comunidad, y también por canalizar de manera inofensiva la competitividad inherente a al especie humana. Lo segundo por dos razones, la elevación a la máxima categoría del cuerpo, de lo físico frente a lo intelectual y a lo emocional, y precisamente por su eficacia para crear espíritu de comunidad, de equipo, y de seguimiento de normas pautadas en detrimento de libertad de pensamiento y de acción, de individualidad.
Por ende la práctica del deporte de manera periódica, pautada, aporta dosis nada despreciables de percepción positiva y constructiva de la disciplina en el individuo, toda vez que su carácter lúdico proveniente de constituir una suerte de “juego” , le dota de la suficiente aceptación como una cualidad deseable, imprescindible para pasarla bien, a diferencia de la percepción de la disciplina cuando proviene del esfuerzo propio de las obligaciones, del sacrificio residente en el deber.
Y a la vez dota de capacidad de organización, de superación, de comunicación, de reconocimiento de las normas, y por encima de todo de un referente ficticio en la vida real, donde recrear todos los mismos sentimientos, tensiones y capacidades que recorren el alma humana en caso de una cita real con el duelo en el caso del deporte individual, con la batalla en comparación con el deporte de equipo, y con la guerra en el caso de las grandes competiciones. Del mismo modo que aprisiona de la estrechez de miras para permitirse ser penetrado por el concepto de propios y ajenos, de amigos y enemigos, imaginarios en el caso del deporte, representados por simples oponentes, y menos intangibles que los enfrentamientos en el concurso de la realidad.
Como cada cosa que se someta a un análisis, el deporte es una moneda con dos caras.
A Ernesto, el Che Guevara, el deporte no le podía ser de mayor utilidad. A un carácter ya de por sí terco y decidido, le ayudó a pulir la voluntad que su madre a través de la genética y del ejemplo le aportó como su principal legado y a su salud torcida y a su condición de poeta errante, de fenómeno condenado a la diferencia con su entorno, le proveyó de unas muy socorridas y luego bien administradas dotes de camaradería y de tolerancia de los demás, así como de superación de los obstáculos, de los escollos.
Significó un equilibrio saludable su participación en cuanta actividad deportiva y juego físico se terciaba a su alrededor, ya que el muchacho intelectualmente estaba predispuesto por la cuidada educación de que había sido objeto, la costumbre de leer y analizar todo lo leído, de discutirlo , de cuestionarlo, de oponerlo y por fin de superarlo en el debate, a su devoción por los poetas malditos franceses, les colocó en la balanza un derroche de actividad física y colocó en valor la importancia del deporte. Comportándose más como un escritor aventurero de estilo británico, que como sus atesorados escritores e intelectuales franceses, para los cuales el deporte constituía un agravio a la inteligencia. La conjugación de una infancia con una sólida educación cultural, en ciencia, en lenguas, sin colisionar con el desarrollo de las aptitudes que el deporte provee, añadieron con certeza algunas gotas a los ya existentes ingredientes innatos que lo convirtieron en un ser de características excepcionales.
Su padre , quien fue uno de los fundadores del San Isidro Club con su cuñado Martín Martinez Castro, socio fundador de una de las canteras más prolíficas del rugby en toda la Argentina, no era un deportista propiamente, sin embargo era un hombre de un físico privilegiado. El Che practicó rugby desde la adolescencia en Córdoba en el club Estudiantes como medio scrum, y luego en otros como el SIC durante poco tiempo y el Atalaya Polo Club, destacando su eficacia en el tackle, y fue famoso entre sus amigos un try que logró cuando esquivando oponentes, y mientras quebraba la cintura hacia la línea de fondo se iba poniendo morado por la falta casi total de aire en sus pulmones a causa del asma. En ese mismo acto se resumen lo constructivo y lo alienante del deporte. Desde luego la fuerza de voluntad ya habitaba su espíritu antes de salir en aquel episodio como en tantos otros, pero es difícil imaginar un mejor escenario para probarse a si mismo la existencia de tal energía, de tal pundonor, y en cierta manera de ciega coherencia y responsabilidad a ultranza con la Tarea, que aquel try casi ahogándose, al cabo del cual cuando acabó el festejo se lo debieron llevar de la cancha para aplicarle una dosis de su inhalador.
Su madre era una excelente nadadora, una amazona que montaba como los hombres, con una pierna a cada lado del caballo, y una tiradora de una puntería destacada. Ernesto practicó con nota natación, montañismo, montaba con gran corrección, era un sorprendente ajedrecista, tenía buen swing en golf, incluso hizo sus pinitos pilotando la avioneta de su tío Jorge de La Serna. Y aún cuando en la familia quien resultó ser el deportista de raza fue su hermano Roberto, sus amigos todos coincidían que lo que no conseguía por pericia o habilidad lo lograba por la constancia.
Acaso la más sorprendente de sus aficiones deportivas haya sido el fútbol, el deporte más popular argentino junto al boxeo, ya que hasta el final de sus días, fue hincha de Rosario Central, lealtad acrecentada por el hecho que su afición a ese equipo era una muestra de lealtad a la ciudad donde nació, y por su conocido internacionalismo y su adhesión a la idea de un mundo sin fronteras.
La mezcla de un fuerte adoctrinamiento intelectual y de un sólido adiestramiento deportivo, no guardan ninguna relación con lo que terminó haciendo, sin embargo me atrevo a aventurar que sí tuvieron un nexo velado con su temple, la explosiva mezcla del asma y el imperativo de marcar un tanto, propiciaron un horneado de su temeridad, tan cristalizado como aquella pasión contradictoria con un nexo tan popular como el fútbol en Argentina, para homenajear el lugar que lo vio nacer.
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Lo primero por la razón de compartir el tiempo libre en una actividad lúdica que implicase el esfuerzo sin fines productivos, alienantes como el trabajo. Por la puesta en escena del espíritu gregario de la comunidad, y también por canalizar de manera inofensiva la competitividad inherente a al especie humana. Lo segundo por dos razones, la elevación a la máxima categoría del cuerpo, de lo físico frente a lo intelectual y a lo emocional, y precisamente por su eficacia para crear espíritu de comunidad, de equipo, y de seguimiento de normas pautadas en detrimento de libertad de pensamiento y de acción, de individualidad.
Por ende la práctica del deporte de manera periódica, pautada, aporta dosis nada despreciables de percepción positiva y constructiva de la disciplina en el individuo, toda vez que su carácter lúdico proveniente de constituir una suerte de “juego” , le dota de la suficiente aceptación como una cualidad deseable, imprescindible para pasarla bien, a diferencia de la percepción de la disciplina cuando proviene del esfuerzo propio de las obligaciones, del sacrificio residente en el deber.
Y a la vez dota de capacidad de organización, de superación, de comunicación, de reconocimiento de las normas, y por encima de todo de un referente ficticio en la vida real, donde recrear todos los mismos sentimientos, tensiones y capacidades que recorren el alma humana en caso de una cita real con el duelo en el caso del deporte individual, con la batalla en comparación con el deporte de equipo, y con la guerra en el caso de las grandes competiciones. Del mismo modo que aprisiona de la estrechez de miras para permitirse ser penetrado por el concepto de propios y ajenos, de amigos y enemigos, imaginarios en el caso del deporte, representados por simples oponentes, y menos intangibles que los enfrentamientos en el concurso de la realidad.
Como cada cosa que se someta a un análisis, el deporte es una moneda con dos caras.
A Ernesto, el Che Guevara, el deporte no le podía ser de mayor utilidad. A un carácter ya de por sí terco y decidido, le ayudó a pulir la voluntad que su madre a través de la genética y del ejemplo le aportó como su principal legado y a su salud torcida y a su condición de poeta errante, de fenómeno condenado a la diferencia con su entorno, le proveyó de unas muy socorridas y luego bien administradas dotes de camaradería y de tolerancia de los demás, así como de superación de los obstáculos, de los escollos.
Significó un equilibrio saludable su participación en cuanta actividad deportiva y juego físico se terciaba a su alrededor, ya que el muchacho intelectualmente estaba predispuesto por la cuidada educación de que había sido objeto, la costumbre de leer y analizar todo lo leído, de discutirlo , de cuestionarlo, de oponerlo y por fin de superarlo en el debate, a su devoción por los poetas malditos franceses, les colocó en la balanza un derroche de actividad física y colocó en valor la importancia del deporte. Comportándose más como un escritor aventurero de estilo británico, que como sus atesorados escritores e intelectuales franceses, para los cuales el deporte constituía un agravio a la inteligencia. La conjugación de una infancia con una sólida educación cultural, en ciencia, en lenguas, sin colisionar con el desarrollo de las aptitudes que el deporte provee, añadieron con certeza algunas gotas a los ya existentes ingredientes innatos que lo convirtieron en un ser de características excepcionales.
Su padre , quien fue uno de los fundadores del San Isidro Club con su cuñado Martín Martinez Castro, socio fundador de una de las canteras más prolíficas del rugby en toda la Argentina, no era un deportista propiamente, sin embargo era un hombre de un físico privilegiado. El Che practicó rugby desde la adolescencia en Córdoba en el club Estudiantes como medio scrum, y luego en otros como el SIC durante poco tiempo y el Atalaya Polo Club, destacando su eficacia en el tackle, y fue famoso entre sus amigos un try que logró cuando esquivando oponentes, y mientras quebraba la cintura hacia la línea de fondo se iba poniendo morado por la falta casi total de aire en sus pulmones a causa del asma. En ese mismo acto se resumen lo constructivo y lo alienante del deporte. Desde luego la fuerza de voluntad ya habitaba su espíritu antes de salir en aquel episodio como en tantos otros, pero es difícil imaginar un mejor escenario para probarse a si mismo la existencia de tal energía, de tal pundonor, y en cierta manera de ciega coherencia y responsabilidad a ultranza con la Tarea, que aquel try casi ahogándose, al cabo del cual cuando acabó el festejo se lo debieron llevar de la cancha para aplicarle una dosis de su inhalador.
Su madre era una excelente nadadora, una amazona que montaba como los hombres, con una pierna a cada lado del caballo, y una tiradora de una puntería destacada. Ernesto practicó con nota natación, montañismo, montaba con gran corrección, era un sorprendente ajedrecista, tenía buen swing en golf, incluso hizo sus pinitos pilotando la avioneta de su tío Jorge de La Serna. Y aún cuando en la familia quien resultó ser el deportista de raza fue su hermano Roberto, sus amigos todos coincidían que lo que no conseguía por pericia o habilidad lo lograba por la constancia.
Acaso la más sorprendente de sus aficiones deportivas haya sido el fútbol, el deporte más popular argentino junto al boxeo, ya que hasta el final de sus días, fue hincha de Rosario Central, lealtad acrecentada por el hecho que su afición a ese equipo era una muestra de lealtad a la ciudad donde nació, y por su conocido internacionalismo y su adhesión a la idea de un mundo sin fronteras.
La mezcla de un fuerte adoctrinamiento intelectual y de un sólido adiestramiento deportivo, no guardan ninguna relación con lo que terminó haciendo, sin embargo me atrevo a aventurar que sí tuvieron un nexo velado con su temple, la explosiva mezcla del asma y el imperativo de marcar un tanto, propiciaron un horneado de su temeridad, tan cristalizado como aquella pasión contradictoria con un nexo tan popular como el fútbol en Argentina, para homenajear el lugar que lo vio nacer.
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