El fútbol es hoy un negocio controlado por tahúres y ludópatas, y aquí nadie quiere perderse una buena timba a medianoche
Para todos aquellos que aprendimos a amar el fútbol
cuando la pretemporada de un equipo consistía en pasar un par de semanas
plácidas en alguna localidad pintoresca y boscosa (¡ah, aquellos míticos 'stages' de Papendal!)
para luego participar en tres o cuatro prestigiosos torneos de verano
(el Carranza, el Teresa Herrera, el Ciudad de la Línea...) en los que
invariablemente participaban el Palmeiras, el Cruz Azul y el Újpest
Dózsa, esto del moderno mercado de fichajes y sus días de cierre resulta un espectáculo bastante incomprensible. Fascinante, pero incomprensible.
Tiene poca explicación que clubs que manejan cifras pornográficas de dinero resuelvan la composición de sus plantillas en un frenético 'rush' final en el que la máquina de fax, ese instrumento considerado obsoleto en cualquier otro ámbito profesional, adquiere un papel fundamental, casi totémico, y la prensa digital y las redes sociales se llenan de rumores de avistamientos de jugadores en hoteles y aeropuertos de ciudades en las que no deberían estar. La supuesta planificación deportiva (una actividad que, al menos en el FC Barcelona, genera un montón de puestos de trabajo) salta por los aires ante el vértigo irresistible de la puja bajo presión. ¿Quién da más?
Tiene poca explicación que clubs que manejan cifras pornográficas de dinero resuelvan la composición de sus plantillas en un frenético 'rush' final en el que la máquina de fax, ese instrumento considerado obsoleto en cualquier otro ámbito profesional, adquiere un papel fundamental, casi totémico, y la prensa digital y las redes sociales se llenan de rumores de avistamientos de jugadores en hoteles y aeropuertos de ciudades en las que no deberían estar. La supuesta planificación deportiva (una actividad que, al menos en el FC Barcelona, genera un montón de puestos de trabajo) salta por los aires ante el vértigo irresistible de la puja bajo presión. ¿Quién da más?
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