El guardián del muro
No hay atlético que se precie de serlo que no recite, de memoria, el catecismo cholista: portería a cero y Oblak, de portero
Oblak, parando el penalty lanzado por Aduriz, en San Mamés.
Ángel Gutierrez / Atlético de Madrid
Ángel Gutierrez / Atlético de Madrid
21 de
Septiembre de
2017
Algo extraordinario sucede cuando una afición se
acostumbra a festejar una parada como un gol. Para cualquier afición
sería una herejía, para la tribu atlética es el pan nuestro de cada día.
Jan Oblak, el mejor portero de la historia del Atlético de Madrid, es
el guardián del muro. El último obstáculo, el límite del enemigo. El
gigante que logra que los delanteros se sientan enanos. Simeone va
partido a partido. Oblak, parada a parada. Así ha logrado que aquellos
16 kilos que pagó el Atleti por él, lejos de ser un atraco a mano armada
– como parecía-, se hayan convertido en una de las mejores inversiones
del club. Nunca un portero tan caro resultó tan barato. Sus inicios,
hagan memoria, no fueron un camino de rosas con la rojiblanca: tuvo un
desafortunado debut europeo frente a Olympiakos, sufrió una lesión
inoportuna en la cadera y fue, durante meses, suplente de Moyà, que
cumplió con creces como titular. El esloveno calló, trabajó y se superó.
En su camino y evolución hubo obstáculos, errores y dudas. Quien esto
escribe jamás llegó a imaginar que Oblak sería el portero que es. No es
sólo un gran meta, es uno de los mejores que uno haya tenido la suerte
de poder ver bajos los palos. Cuenta con una poderosa línea Maginot en
cobertura, sí, pero no cesa de alimentar su mito como meta insuperable.
Si le chutan poco, en frío, aparece. Si le disparan mucho, en caliente,
brilla. Y si su equipo necesita que le rescaten en pleno asedio, nunca
libra. Jan siempre está.
Los números, que pesan más que las opiniones, han puesto a
Oblak en su sitio. En lo colectivo, juega en un equipo que no tiene
límites, aspirante a poner el pie en la luna. En lo individual, no para
de agigantar su leyenda. Para la hinchada, es un ídolo absoluto --Obi, Oblak, cada día te quiero más--,
para la crítica es un referente – si no es el mejor portero del mundo,
es uno de los tres mejores-- y para los rivales, resulta tan
infranqueable como molesto. Pudo haberse ido este verano después de una
mareante oferta del todopoderoso PSG, pero ni el gas catarí ni el
fulgor del petrodólar acabaron por sacarle del lugar en el que, a día de
hoy, es muy feliz. Si por algunos de los mejores delanteros del mundo
la industria está pagando 200 y 150 millones de euros, la pregunta del
millón es obligada: ¿Cuánto vale el mejor portero del mundo? Oblak
seguirá de rojiblanco por el momento, porque juega donde quiere jugar y
Simeone, líder espiritual del club, duerme a pierna suelta porque sabe
que, con el esloveno bajo los palos, su acorazado de bolsillo puede
competir contra todos los portaaviones que aparezcan.
Fustigado por la tanda de penaltis de San Siro – apenas se
movió-- y convertido en carne de meme por los que desprecian al
Atlético, Oblak ha respondido a cada prejuicio y profecía con
actuaciones portentosas. De entrada, el Atleti no habría estado en Milán
de no ser por Oblak, que paró lo imparable, incluido un penalti, en
Múnich. Y por si alguien tuviera dudas sobre su capacidad de reflejos,
mejor un dato que una opinión: de los últimos 10 penaltis que le han
chutado al Atleti, Oblak ha detenido 6. Un porcentaje sobrehumano, que
firmaría el mejor parapenaltis, de Alves a Goycochea. El último
episodio, San Mamés. Aduriz chutó y el esloveno de hielo atajó. Otro día
más en la oficina. Oblak no es imbatible, pero lo parece. No es
infalible, pero lo parece. Y es humano, pero parece un témpano de hielo.
Tiene la presencia de Courtois, la estadística abrumadora de Abel, la
plasticidad de De Gea, el carisma de Marcel Domingo, los reflejos de
Reina, el mano a mano del Mono y la valentía de Molina. Tiene el halo
místico de Yashin, la sobriedad de Maier, la elegancia de Dino Zoff, la
mística de Buffon, el poderío de Neuer y la capacidad milagrera de
Casillas. Si una imagen vale más que mil palabras, en fútbol, un deporte
que presume de no tener memoria, los aficionados jamás podrán olvidar
aquella triple parada, memorable, el día del Leverkusen. Parada a
parada, Oblak se ha ganado el estatus de portero legendario: si Gordon
Banks era más seguro que el Banco de Inglaterra, Jan Oblak es más seguro
que la muerte y los impuestos. No hay atlético que se precie de serlo
que no recite, de memoria, el catecismo cholista: portería a cero y
Oblak, de portero.
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