¡Dale
campeón, dale campeón!”. El grito se escucha en castellano. Y en
guaraní. Y en yopará, una mezcla de las dos lenguas. Las camisetas
albirrojas se funden en un abrazo furtivo en una cancha que no tiene
boleterías, ni tribunas, ni altoparlantes, ni copa para el ganador, ni
nada por el estilo. Sólo se divisan unas carpas alrededor, que ofician
de vestuarios, y poco más. Ellos festejan igual. Será porque la gloria
no tiene envase o será porque no tiene envoltorio. El mes pasado,
Paraguay salió en la foto (de algunos medios perdidos en la internet,
pero foto al fin) porque logró algo histórico: se coronó campeón del
mundo en Canadá jugando al fútbol. Sí, aquí no hay pizca de ficción. En
silencio y sin los focos de los grandes canales de televisión, los
guaraníes ganaron la segunda edición del Mundial de los Pueblos
Originarios (WIN Games), que se celebró del 1 al 9 de julio en Edmonton,
con un evento que congregó dos mil integrantes de tribus de 40 países
del globo terráqueo.
El 8 de julio de 2017, Paraguay ganó el mundial de los nadies. Su
equipo es un canto a la libertad. El que ataja de punta a punta es un
joven maká, que, con 21 años, empieza a soñar con una vida mejor. Hernán
Colman tiene un delirio lindo: apenas pisó Canadá, se creyó José Luis
Chilavert. Y ahora no deja entrar ni una pelota en su arco. Acumuló seis
partidos con la valla invicta.
El que raspa en la mitad de la cancha es un guaraní ñandéva del
departamento de Luque, que se llama Osvaldo Espínola Fariña y mete hacha
brava que da calambre. No por cualquier cosa la cinta de capitán le
ajusta uno de su bíceps. Quiere ser como Darío Verón, y a su modo, se
convierte en su superhéroe, al menos por un rato.
Es la historia de un equipo que marcó 63 goles y, a la vez, es el
cuento de un grupo de anónimos albañiles y carpinteros, en su mayoría,
que se dedicaron a soñar. Son pibes que juegan en el ascenso paraguayo
por las chirolas. El más dichoso, aseguran, cobra 380 guaraníes por
partido (1250 pesos argentinos).
Para entender esta proeza, hay que escuchar al ayudante de campo y
pionero en el armado de este equipo que dirigió Arecio Colman (un ex
talentoso volante de Libertad). Marcos Coronel está desde que arrancó el
proyecto, en 2015, impulsado por la Secretaria de Deportes de Paraguay.
“Es una alegría para nosotros todo lo que nos está pasando. Paraguay es
un país muy futbolero, donde la mayoría de los indígenas juega al
fútbol. Somos una potencia a nivel indígena. Ellos son tímidos e
introvertidos. Pero van siempre para adelante. En estos dos años, le
hemos ganado a Colombia, Chile, Ecuador, Perú. Y ahora vencimos a
combinados de Canadá para ser campeones”, dice Coronel. En el Mundial de
Brasil 2015, salieron terceros. Ahora, subieron dos peldaños. Todo
Paraguay los reconoció. ¿Exageración? El congreso los condecoró hace
años. Incluso, un centenar de fanáticos se acercó al aeropuerto de Luque
a recibir al equipo tras la gran victoria.
Es tal la revolución que provocó este equipo indígena, que, ante el
duro momento que atraviesa Paraguay en las Eliminatorias camino a Rusia
2018, entusiastas internautas comenzaron a pedir a gritos por los
aborígenes para la Selección Mayor. El pedido se multiplicó por decenas,
cientos y miles.
Según el último censo (2012), en Paraguay viven 117 mil indígenas.
Todos ellos, muchos de los cuales no tienen acceso a internet, ni a la
información del día a día, festejaron estar representados por un equipo
de fútbol. En medio de una sociedad que los sigue segregando, los logros
de sus pares se acumulan. Dos aborígenes llegaron a lo más alto. Miguel
Toro Sánchez se convirtió en el primer futbolista aborigen en ser
convocado a la Selección Sub 17. Y Efraín Cabañas viajará a Europa para
jugar en un club de la segunda de España.
El reconocimiento para los campeones mundiales va llegando. En un
acto, el presidente de la Asociación Paraguaya de Fútbol (APF), Robert
Harrison, le entregó una placa al equipo. Hasta una de las estrellas del
país también quiso conocerlos. Justo Villar, arquero de la selección
paraguaya, los visitó en el homenaje de los campeones.
“Todo esto no es casualidad”, apunta el capitán Espínola. “A pesar de
la discriminación, en Paraguay se trata de incluirnos. Hay campeonatos
de fútbol, de tiro con arco, de atletismo”. La inclusión es el objetivo.
Espínola, de hecho, va por el tercer año de cursada del profesorado de
educación física.
El racismo, a pesar de todos los esfuerzos, siempre está.
“Lastimosamente hay gente que los quiere discriminar, no los quiere, no
los aprecia. ¿Quién? El mal llamado hombre blanco. Los aborígenes son
normales, sólo que no tuvieron la oportunidad como cualquier otro”,
apunta Coronel.
Para salir campeón, Paraguay goleó, en la primera ronda, 12-0 a la
Selección de Canadá, 15 a 0 a Panamá y 8-0 a Canadá Plains Cree. En la
segunda fase, 11-0 a Treaty Five. En semis, 9-0 a Panamá. Y en la final,
8-0 a Plains Cree. La principal dificultad no fueron los partidos. Fue
el viaje. “En la ida hubo turbulencias. La mitad del equipo nunca se
había subido a un avión. Y en la primera turbulencia, muchos empezaron a
gritar”, cuenta, entre risas, Coronel, quien de paso pregunta qué pasó
con la selección argentina que no participó del Mundial. Se refiere a
“Los Originarios”, que en el 2015 jugaron la Copa Iberoamericana.
La respuesta la tiene Esteban Pogany, quien fue técnico de ese
conjunto respaldado, en su momento, por la AFA y por el gobierno. “Con
el cambio de mando político, el equipo se desarmó. Antes nos apoyaban.
Ojalá se pueda reflotar esta idea, porque estos chicos hacían cosas
increíbles para jugar en la selección. Algunos remaban dos horas en
canoa, luego tenían que viajar en moto y en colectivo para llegar a
Buenos Aires a entrenarse al predio de Ezeiza”, relata Pogany.
Da fe de ello el salteño Jorge López, el Mascherano aborigen, tal
como le gusta que le digan. “Yo era el capitán de Los Originarios.
Hacíamos lo imposible para representar a nuestro país, pero la gente que
ahora está en el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) es
menos flexible. Por inoperancia de los funcionarios de ahora, esto no
prosperó. Queremos que el equipo siga existiendo. Nos reunimos el año
pasado con Raúl Ruíz Díaz, presidente del INAI. Fue en Tartagal, Salta.
Nos prometió apoyo, pero todavía no llegó”.
El Masche aborigen lleva una vida mucho más austera que el astro de
la Selección mayor. Aprendió a hablar castellano a los 12 años y su
primera pelota no fue de cuero, ni de plástico, ni de trapo. Fue de
basura. “Agarrábamos bolsas, o medias y las llenábamos con basura,
papeles, para poder pasar el rato”, cuenta. Es senador y diputado
elegido por los caciques wichís de la comunidad La Loma, del pueblo
Iogys, a 420 kilómetros al norte de Salta capital. Allí se vive de la
caza de chanchos de monte, mulitas, tapires y osos hormigueros. Y de la
recolección de frutos, como el mistol y la algarroba, entre tantos otros
frutos. No enumera más porque los otros frutos (se compadece López con
este hispanohablante) no tienen traducción al español.
Mientras Paraguay refuerza su sentido de identidad con un conjunto
que incluye 19 etnias (hay 5 dialectos diferentes y todos hablan las dos
lenguas oficiales: el castellano y el guaraní), en Argentina ni el
INAI, ni la Subsecretaria de Deporte de la Nación pudieron explicar las
razones por las que desapareció el equipo nacional. “Los jóvenes
aborígenes eran transmisores de conocimientos y experiencias para sus
comunidades; muchos se estaban capacitando con cursos FIFA que yo
acercaba para que en un futuro pudieran crear escuelitas de fútbol en el
Chaco, Misiones y Salta. Querían progresar. Ojalá vuelva el equipo.
Hace una semana, me llegó una invitación para jugar un torneo en Estados
Unidos. Tuvimos que desecharla”, sentencia Pogany.
Según pudo averiguar Enganche, se necesitan 2 millones de pesos
anuales para bancar los viáticos (pasajes, estadía, concentraciones,
alimentación) de los 18 jugadores que, según el fixture, jugarían entre 5
y 6 partidos por año representando al país. Una forma de retomar este
proyecto sería armar un seleccionado provincial, para abaratar costos de
traslados de los jugadores que viven muy alejados de Buenos Aires.
La noticia, sin embargo, sigue siendo Paraguay. Entre tererés y
pirecas, en medio de la euforia mundialista, los guaraníes encienden una
polémica: aseguran haber jugado a la pelota dos siglos antes que los
ingleses. La historia viene al pelo para los que le buscan razones a
este éxito en Canadá. Y está documentada por los misioneros jesuitas del
siglo XVII. ¿Qué dicen las cartas que llegaron al Vaticano por esos
años? Que los aborígenes de San Ignacio se divertían con el Mangá
Ñémbosarái (juego de pelota), un deporte que se practicaba sin arcos
todos los domingos hasta el anochecer. Según parece, este juego
guardaría alguna similitud con lo que luego se conoció como el “Fútbol
Asociación”, reglamentado por los ingleses en 1863. Para Esteban
Bekerman, historiador del fútbol, “es ridículo pensar que los ingleses
han reglamentado un juego inventado en Paraguay”. Sea como fuere, los
guaraníes siguen escribiendo historias.