miércoles, 26 de abril de 2017

QUEREMOS MUJERES DEPORTISTAS EN EL COMITE OLIMPICO

Mujeres en el COI
 
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  • No hace mucho, en las páginas de esta sección informábamos y alentábamos la iniciativa de la española Marisol Casado, presidenta de la Unión internacional de Triatlón (ITU) y miembro del Comité Olímpico Internacional (COI), de armar un grupo de trabajo sobre la igualdad de género dentro del organismo, marcado a lo largo de su historia por dos grandes problemas: su lucha política contra el apartheid y la promoción de las mujeres. En ambos casos, el movimiento olímpico parecía ir en contra de sus principios fundamentales, como aquel que establece el objetivo educador del deporte “practicado sin discriminación de ninguna clase” y el principio de igualdad de sexos que promovía la participación y promoción deportiva de las mujeres “a todos los niveles y en todas las estructuras”.
    La historia ha demostrado en los hechos que las mujeres debieron correr siempre de atrás. Mucho tuvo que ver con esto la concepción del padre fundador del olimpismo moderno, el historiador y pedagogo francés Pierre de Coubertin, quien muy a pesar de la corriente humanista que lo empujaba y que lo llevó a gastar su fortuna en pos del movimiento olímpico, no aprobaba la participación femenina, como tampoco la aprobaban los antiguos griegos cuando idearon los Juegos de Olimpia en honor a Zeus y castigaban con la pena de muerte la sola presencia de mujeres en los estadios. Sus defensores argumentan a favor de Coubertin su apego a la esencia cultural e ideológica de los juegos antiguos. La fórmula concebida por el francés se resumía –en 1912– como “la exaltación solemne y periódica del atletismo masculino con la internacionalización como base, la lealtad como medio, el arte como encuadre y el aplauso femenino como recompensa...”. Un cuarto de siglo después, ya con una lenta pero constante inclusión de mujeres en el movimiento olímpico, Coubertin insistía con su declaracionismo misógino: “En cuanto a la participación femenina en los Juegos, soy contrario a ella. En contra de mi voluntad, han sido admitidas en un número de pruebas cada día mayor”. Y si bien sobre el final de sus días se había mostrado más sensible a la problemática, insistía en que el papel de las mujeres en los Juegos debía limitarse al de “coronar a los vencedores”.
    Si analizamos la historia olímpica argentina, es sorprendente la escasa participación de mujeres en los diferentes juegos desde que la nadadora Jeanette Campbell (medalla de plata en los 100 metros libres en Juegos de Berlín 1936) inaugurara la lista de deportistas argentinas olímpicas. Desde 1936 hasta 1984, la participación femenina en las delegaciones argentinas no superaba el 7 por ciento; en Roma de 1960, no hubo directamente presencia. En Los Angeles 1984, las atletas argentinas alcanzaban el 12 por ciento; en 1988, el 21 por ciento; en Sydney 2000 trepó al 31 por ciento; y tocó su punto más alto en los Beijing 2008, donde superaron el 40 por ciento, cifra que bajó al 30 en Londres 2012 y subió al 34 en Río. En todos esos años, las deportistas argentinas obtuvieron 12 de las 74 medallas.
    El COI aumentó este año la presencia de mujeres en sus comisiones en un setenta por ciento en relación a 2013 y alcanzó una cifra histórica. El presidente del organismo, el alemán Thomas Bach, anunció que con la incorporación de 29 mujeres más de las que había en 2016 en las distintas comisiones, estas ocupan por estas horas el 38 por ciento de las plazas. Son “cambios acordes a la aplicación de la Agenda 2020 y demuestran que la participación más fuerte de la mujer y una mayor diversidad en la representación continental son parte de nuestras prioridades”, declaró Bach, para quien la “la diversidad de los miembros garantiza debates más inclusivos e interesantes y refleja el compromiso del movimiento olímpico con la universalidad”.
    Toda una novedad para festejar en el movimiento olímpico, que incorporó por primera vez mujeres en cargos directivos del COI en 1982, cuando la venezolana Flor Isava-Fonseca y la finlandesa Pirjo Häggman se sumaron a su Comité Ejecutivo. Detrás llegó la remera estadounidense Anita DeFrantz, quien luchó para que la dejaran participar en los Juegos de Moscú de 1980, boicoteados por su país, y aunque no consiguió su cometido comenzó una larga labor dentro del COI que le valió el reconocimiento de sus pares y ser la primera mujer tras más de un siglo de historia olímpica moderna en ser elegida vicepresidenta del COI.

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