lunes, 30 de marzo de 2015

ZONA CESARINI

'Lucky Luciano'


¿Se acuerdan de Luciano Moggi? Este señor, también llamado Lucky Luciano por la maña que se daba en montar mafias, comenzó su carrera profesional como empleado de los ferrocarriles italianos. A principios de los años 70 conoció al director deportivo de la Juventus, Italo Allodi, y le convenció para que le contratara como ayudante. Luciano aprendió rápido y en pocos años logró ser director deportivo del Torino, el rival ciudadano de la Juventus. Luego ocupó el mismo puesto en Nápoles, Roma y Lazio. En 1994, finalmente, asumió la dirección deportiva de la Juventus. Ya era un gran especialista en el manejo de la parte invisible del fútbol (contratación de prostitutas para árbitros, regalos fastuosos a los federativos, intercambio de favores con otros directores deportivos, etcétera) pero entonces descubrió que podía ganar siempre y, además, hacerse muy rico. Creó con su hijo Alessandro la sociedad GEA World, dedicada a gestionar los intereses de la gente del fútbol. Otros se limitan a ser representantes de futbolistas; Luciano representaba a los principales futbolistas, a los principales entrenadores, y, atención, a los principales árbitros. Supongo que captan lo sencillo que le resultaba amañar partidos: todo quedaba en casa.
En 2006, unas escuchas telefónicas ordenadas por un juez para desmantelar una red mafiosa arrojaron un resultado inesperado. Entre las grabaciones había unas cuantas en las que aparecía Luciano Moggi, dando instrucciones al jefe de los árbitros acerca de qué colegiado le convenía para tal o cual encuentro. El escándalo, conocido como Calciopoli Moggigate, hizo que a Moggi se le prohibiera de por vida cualquier relación institucional con el fútbol, que la Juventus fuera sancionada con la pérdida de la categoría (nunca había bajado a Segunda), que dimitieran los responsables de la Federación y la Liga y que unos cuantos clubes más, entre ellos el Milan, sufrieran sanciones menores.
Pues bien, todo eso es agua pasada. Tras sucesivas sentencias condenatorias de dos tribunales ordinarios, de un tribunal deportivo y de la Corte de Casación (equivalente al Supremo español), en las que se consideraba probado que Moggi dirigía una cúpula secreta que manipulaba la competición futbolística y se le declaraba culpable de haber organizado una «asociación para delinquir» (la figura delictiva que se aplica a los mafiosos), todo ha prescrito. No hay condena. No hay nada. La Juve pasó un año en Segunda, los árbitros implicados y la federación tuvieron que pagar casi cuatro millones en indemnizaciones, pero Lucky Luciano se va de rositas. Esta semana, en una entrevista al diario La Repubblica, ha anunciado que recurrirá a los tribunales europeos para intentar que le declaren completamente inocente. «Es que esta gente es poco de fiar», afirma, refiriéndose a los jueces italianos. «Poco de fiar», dice. Magistral. En su género, Moggi sigue siendo el rey.
El Moggigate sirvió para dos cosas. En primer lugar, para hacer limpieza. La Juventus de hoy gana ligas porque, en una Serie A muy devaluada, tiene el mejor equipo, no porque maneje a los árbitros. En segundo lugar, para demostrar que en el fútbol medran personajes despreciables. Recuérdese que Jesús Gil y Gil, condenado por homicidio involuntario (1970), malversación de fondos públicos (1999), prevaricación (2000) y apropiación indebida (2004, condena ya póstuma) no pudo ser expulsado del Atlético de Madrid. Recuperó la presidencia tras la intervención judicial, dimitió cuando quiso y dejó a su hijo las acciones del club. Si no hubiera fallecido, hoy podría estar junto a Moggi, litigando ante la Corte Europea para que se reconociera su completa inocencia.

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