domingo, 22 de julio de 2018


Nacionalismo futbolero

Una carta de protesta del embajador de Francia en EE UU al 'show' de Trevor Noah puso en bandeja al cómico un gran momento televisivo

Paul Pogba, con el número 6, celebra su gol en la final de Moscú del Mundial de Fútbol.
Paul Pogba, con el número 6, celebra su gol en la final de Moscú del Mundial de Fútbol. GETTY IMAGES

Es lo que tiene el fútbol, que saca a relucir el nacionalismo de aquellos que creen no serlo. Hace un mes visitaba el cantante portugués
 Salvador Sobral el programa de Buenafuente. Tiene Buenafuente ese difícil don de una ironía que no hace sangre. No le hace falta herir para despertar nuestra carcajada, y todo se mueve siempre en un terreno inteligente y cordial. Preguntó el presentador a Sobral si de alguna manera había que considerarlo el Cristiano Ronaldo de la canción portuguesa. Antes de que el cantante tuviera tiempo de responder, Buenafuente apostilló: “Pero tú pagarás impuestos”, y el músico dijo: “Sí, sí, yo pago impuestos”. La prensa malévola portuguesa se hizo eco del episodio malinterpretándolo a conciencia y poniendo en boca del intérprete una acusación al futbolista de fraude fiscal. Los que le defendían se afanaban en aclarar que Sobral jamás había afeado la conducta del dios Ronaldo, y algunos añadían que la culpa había sido del bribón del presentador. ¡Bribón! Me imagino que a Buenafuente le enorgullecerá el adjetivo. Bribón Buenafuente. Pero a mí lo que verdaderamente me preocupa es que en un país no se pueda considerar siquiera la posibilidad de hacer una broma sobre un señor que ha pagado en estos días a la hacienda española 13 millones de euros y que, según el acuerdo al que llegó con el fisco, aún le quedan otros cinco para saldar la multa. Por lo que se cuenta en algunas páginas deportivas ahora el jugador maltratado por España podrá disfrutar de las bondadosas ventajas fiscales que merece un héroe de su tamaño.Qué maravilla. Una carta de protesta del embajador de Francia en EE UU al show de Trevor Noah puso en bandeja al cómico uno de esos grandes momentos televisivos por los que cualquier humorista pagaría. Noah, sudafricano nacido durante el apartheid y hoy ciudadano estadounidense, bromeó sobre la victoria de Francia en el Mundial. Dijo: “Ha ganado el equipo africano”, y el embajador francés, Gerard Araud, hizo lo que jamás debiera hacer un representante público: escribir al programa para afear la conducta del presentador. Acusó a Noah de racista porque sostenía el diplomático que los negros que nacen en Francia también son franceses. Eso sí, parece que solo les está permitido ser franceses. Trevor Noah podría haberse arrugado por aquello de que recibir una carta indignada de un embajador amedrenta un poquito pero, ¿quién va a meter miedo a una criatura que se pasó la infancia sorteando el miedo? ¿Una autoridad? El humorista leyó la carta del indignado diplomático y, después, se puso serio. Miró a la cámara, que es como decir que miró al embajador a los ojos, y le dijo que una nacionalidad debe permitir llevar otra en el corazón, la de tus antepasados. Más aún cuando lo que indica ese número de negros en el equipo francés es el origen común. Un capítulo de la historia que lleva un nombre: colonialismo.
Y puestos a celebrar ese orgullo sanote que emana de las victorias futboleras cómo no acordarse de Kolinda Grabar-Kitarovic, presidenta de Croacia, de la que se celebraba que se hubiera comportado como una auténtica madre de la patria besando a sus futbolistas, a los del equipo contrario, a Macron, a Putin y al quien se pusiera por delante. La celebraban en la prensa deportiva como una madre de familia amante del deporte y en las redes se aplaudía el ejemplo a seguir de una mujer que se había pagado el Mundial de su bolsillo. ¡Que aprendan otros!, reclamaban. Sus gritos, sus abrazos, su entusiasmo, sus saltos, y ese saber estar en un mundo hipermasculinizado sin perder, claro está, la simpatía, la dulzura y la espontaneidad propias de su género fueron ampliamente glosados. A veces me daba la impresión de estar viendo el NODO. Por fortuna, contrarrestaba la subida de azúcar de tanto elogio desmedido leyendo semblanzas menos favorecedoras de esta hincha feroz y de su partido nacionalista conservador, Unión Demócratica Croata, referidas, por ejemplo, a la tendencia anti inmigración de su partido, a la propuesta de ley que finalmente no prosperó de construir vallas que cerraran el paso a los migrantes, a su defensa de encarcelar a los ciudadanos croatas que los apoyaran, o a una muy polémica foto con unos hombres que portaban la bandera de los Ustachas, los ultraderechistas croatas que colaboraron con el nazismo. Sí pudo aprobar, en cambio, una Ley de Extranjería absolutamente restrictiva y amenazante para los que atraviesen sus fronteras. Pero el fútbol le ha regalado una extraordinaria campaña de cara a unas elecciones en las que se resentía su popularidad. Yo no sé cómo el entusiasmo futbolero influye en el voto que se deposita en una urna o en el juicio que se tiene sobre una persona. ¿Es más de fiar, más justa, más patriota aquella que salta y llora y desata su pasión sintiendo los colores de la bandera?
Y sí, la señora Kolinda es una mujer. Las mujeres podemos serlo todo. De lo bajo a lo excelso, de justas a xenófobas, cabemos en todo ese arco. Pero también debemos practicar la libertad de juzgar a las personas sin que el género nos ciegue. Así, no.

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