viernes, 6 de julio de 2018

No nos gusta el fútbol

Mundial 2018

Kylian Mbappé celebra un gol ante Argentina. Michael DalderREUTERS
En las últimas horas me he enfrentado a las dos mayores situaciones de pánico no económico que puede padecer un periodista: Wikipedia cerró durante unas horas y me puse delante de una columna en blanco, ésta, sin nada que contar. Lo primero lo solventé como un adulto: retrasando una entrevista ante mi incapacidad para descubrir dónde había nacido mi presa. Lo segundo, como un columnista curtido: escribiendo de lo obvio con profusión de metáforas.
Pero cuando ya tenía 1.500 caracteres sobre el ridículo de la selección, con sus puyas al tiqui taca y sus bromas sobre la épica de garrafón de Ramos, me di cuenta de que desde la eliminación ante Rusia en este espacio sólo se ha hablado de España. Y me dio un raro ataque de profesionalidad. Borré todo, de nuevo en blanco.
Lo mejor de escribir sobre fútbol es que no es necesario hablar de fútbol. Quizás esto explique por qué tantos de los mejores columnistas actuales se sienten en deportes como en casa. Diría que esta moda la empezó Enric González, que explicó mejor Italia hablando de calcio que todo el neorrealismo. Después llegaron Juanma TruebaGistau y Pedro Simón, que empezaron siendo los primos mayores, pero ya son más jóvenes que yo: la edad es el pelazo. Luego, el rat pack gallego, JaboisTallón y Cabeleira, que parecen un chiste absurdo: «Van uno del Madrid, uno del Atleti, uno del Barça... y son de Pontevedra». Y Enrique Ballester, claro, aunque a mí ya me gustaba cuando era indie. Puedo recitar columnas de fútbol de todos. Hablaban de amor y cine, de valores y bares. Ni un balón. Porque no nos gusta el fútbol.
Antes de todo Mundial, hay un prototipo de bobo que pone gran empeño en demostrar que le da igual España, que él va con otros. Se cree más guay así. Yo, faltaría más, iba con Uruguay y Francia. Así que debería estar feliz de cómo ha ido la cosa, pero... Sin España, sin Cristiano y Messi, sin esa charla de bar que criticamos en público y adoramos en privado, no hay drama. Y sin drama no hay fútbol. O peor, sólo hay fútbol. Y no lo olviden: no nos gusta el fútbol.
Recuerdo dónde y con quién vi cada catástrofe de la selección en los años de plomo. Los lugares son bares, no voy a engañarles, y la compañía es siempre mi amigo Pablo. Mi trabajo y su injustificable decisión de irse a vivir fuera de la M-30 acabaron con la tradición. El sábado logramos mover un cumpleaños infantil al interior de su casa y vimos juntos una jornada legendaria: Francia-Argentina y Uruguay-Portugal. Partidazos. En unos años no recordaremos ese gran día de fútbol, ni las exhibiciones de Mbappé y Cavani, pero seguiremos rememorando con todo lujo de detalles cómo insultamos a Manjarín en 1996. Y es que no nos gusta el fútbol.
Dicen los estudiosos que éste no es un gran Mundial, que el nivel es mediocre. Eso es porque les gusta el fútbol. A los que no nos gusta sabemos la verdad: es uno de los mejores de la historia. Porque en el fútbol, la calidad del juego es insignificante frente a la cantidad de emoción. Por eso no nos gusta el fútbol, porque lo amamos, lo veneramos, lo vivimos. Lo somos.

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