martes, 26 de junio de 2018

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Luis Rivas
Albergar un Mundial es un hito para el país organizador. Reunir los votos suficientes para ser elegido precisa, además, de la presentación de unas infraestructuras impecables y una importante labor de 'lobbying'. Si hace décadas la influencia de la política era el factor principal, hoy son los réditos económicos los que decantan la balanza.
La troika Canadá, Estados Unidos, México salta alborozada cuando su candidatura conjunta derrota a Marruecos por la celebración de los mundiales de 2026. Los informadores recalcan que los vencedores habían prometido a la FIFA unos beneficios de 14.000 millones de dólares. "Los mundiales más lucrativos de la historia", afirman. Marruecos había prometido "solo" cinco mil millones.
En la imagen de la derrota, los delegados marroquíes se echan las manos a la cabeza. Pierden una oportunidad de oro para convertirse durante más de un mes en el centro de la atención mundial. Pierden patrocinadores, posibilidades de inversión exterior, clasificarse sin pasar eliminatorias previas… es una derrota deportivo-diplomático-político-económica que Marruecos sufre, por cierto, por tercera vez.
Pero volvamos a la política. México y Canadá son, a ocho años del evento, dos enemigos comerciales del actual mandatario de la Casa Blanca. En el caso del país centroamericano, para Donald Trump se trata de algo más que un rival económico. La nueva diplomacia de EEUU, o la 'no diplomacia', fue sorprendida en plena resaca tras la 'cumbre' de Donald Trump con Kim Jong-un. El 'twitopresidente' improvisó un mensaje sin euforia, de circunstancias, como si no se hubiera enterado de que su país concurría a la celebración del 2026.
Nadie, tampoco él, sabe quién será el ocupante de la Casa Blanca en ocho años. Pero a Trump no se le escapará la importancia que tal acontecimiento supone para el 'softpower' de un país.
La diplomacia del fútbol, o la política de influencia a través del balón, es un arte que el emirato de Catar ha explotado al máximo en los últimos años. La pequeña potencia del Golfo Pérsico (o Golfo Árabe) gastó millones de gasodólares para hacerse con el campeonato mundial de fútbol de 2022. ¿Un mundial en pleno desierto? Todo es posible en el mundo de la FIFA. Catar también se ha convertido en un actor determinante en la transmisión televisiva de los derechos futbolísticos, y es el dueño del principal equipo francés, el París Saint Germain, donde juega el astro brasileño, Neymar.
La concesión de la organización del 2022 a Catar fue objeto de críticas por sospechas de corrupción. El caso salpicó además a los dirigentes de la FIFA en ese momento, como el exjugador francés, Michel Platini, e incluso al expresidente francés, Nicolas Sarkozy, a quien se le reprochaban sus lazos con la familia real catarí.
Сatar no está clasificada para el Mundial de Rusia, pero su actual enemigo en el mapa de la geopolítica del Golfo, Arabia Saudí, sí. Y Ryad no quiere dejar pasar la oportunidad para utilizar su presencia en el grupo del anfitrión para contrarrestar la influencia deportivo-diplomática de su vecino y rival. Arabia Saudí, además, ha sido acusada por Doha de piratear la señal de televisión que de la que los сataríes son propietarios para distribuir las imágenes del campeonato.
Es más, hay quien asegura que Arabia Saudí va a hacer todo lo posible para echar abajo la organización del Mundial de Fútbol de 2022 en Сatar.
Si para el prusiano Von Clausewitz "la guerra es la continuación de la política por otros medios", se podría decir que el fútbol es hoy el medio para hacer la guerra a pelotazos.
La guerra del fútbol ha pasado a la historia por el partido que enfrentó a el Salvador y Honduras en las eliminatorias para el Mundial de 1970. En encuentro se celebró menos de un mes antes del conflicto armado que opuso a los dos países. No tenía nada que ver con el juego, pero los reporteros de la época bautizaron así el acontecimiento y el partido ha pasado a la historia como si los jugadores se hubieran caído a palazos en la cancha y hubieran provocado por ello esa guerra.
El fútbol como terreno de juego político ha tenido otros ejemplos. Una de las imágenes más tristes del fútbol internacional es la del encuentro entre el Dínamo de Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado, del 1e de mayo de 1990. Los croatas del Dínamo y los serbios de Belgrado se enfrentaron violentamente en las gradas y en el terreno de juego, en un presagio de la guerra civil que desmembraría a la antigua Yugoslavia, tras una de las más cruentas guerras protagonizadas por europeos.
La utilización propagandística del fútbol, la recuperación política de un acontecimiento deportivo no podía escapar a los regímenes dictatoriales. La Argentina de Jorge Videla y su Junta militar 'ganaron' su campeonato en 1978, pero eso no les sirvió para blanquear sus asesinatos, ni en el interior ni en el extranjero. Es más, celebrar un Mundial mientras se asesina a opositores y se encierra incluso a futbolistas es una operación que pone en evidencia y multiplica internacionalmente la perversidad de un régimen.
Perversa fue también la política 'futbolística' del régimen de Augusto Pinochet, que, mientras degollaba opositores, presionaba al combinado nacional elegido para las eliminatorias del campeonato que se celebraría en Alemania, en 1974. La víctima principal fue Carlos Caszely, uno de los pocos futbolistas que pasará a la historia por sufrir las consecuencias de su compromiso político.
El Estadio Nacional de Santiago se convirtió solo un día después del golpe militar del 11 de septiembre del 73 en un inmenso campo de detención de "opositores" al putsch. En sus galerías interiores se torturó y asesinó a cientos de personas.
La selección chilena había obtenido un empate a cero en Moscú, en la eliminatoria que le enfrentaba a la URSS. El partido de vuelta estaba previsto para el 21 de noviembre en el Estadio Nacional de Santiago. Los soviéticos pidieron jugar en un campo neutral, pero los dirigentes de la FIFA de entonces consideraron que las condiciones en la cancha eran satisfactorias. El partido se jugó sin adversario. Moscú no envió a su equipo. El encuentro duró dos minutos; el tiempo que se empleó para conducir el balón desde el centro del campo hasta el arco vacío del rival ausente. Chile estaba clasificada. Caszely y Valdés —otro futbolista de izquierda— se acercaron a la grada para recordar a "los que deberían haber estado allí".
Cuando Pinochet recibió al combinado nacional para felicitar a sus componentes, "el chino Caszely" le negó el saludo y le habló de la situación en el estadio y en el país. El sátrapa se tapó los oídos con las dos manos. La madre del jugador fue torturada brutalmente como castigo a su hijo. Desestabilizado, Caszely fue expulsado en el primer encuentro de la fase preliminar de Alemania por un puñetazo al local Berti Vogts. La prensa pinochetista babeó de placer titulando, "Caszely, expulsado por no respetar los derechos humanos".
En la historia del fútbol durante la negra era de la Operación Cóndor, otra figura sobresale, esta vez en Brasil. Sócrates no podrá ver estos días a su Seleçao. El icono futbolista que convirtió al Corinthians en un equipo autogestionado y reinvindicativo de la democracia, murió en 2011, a los 57 años. Doctor en pediatría, intelectual, fumador y bebedor, Sócrates fue de los primeros que supo utilizar el terreno de juego como escenario político, con bandanas, afiches y banderolas reivindicativas.
El compromiso político de algunos futbolistas se ha ido difuminando. Por una parte, es un signo positivo: hay menos regímenes dictatoriales en el planeta. Pero también hay que reconocer que sería mucho más difícil hoy mantener un perfil de compromiso político cuando se representa no solo a un club pensado esencialmente para el negocio, sino a decenas de patrocinadores comerciales que no aceptarían mezclar su imagen con defensores de causas 'extradeportivas'.
Solo en algunos países y en ciertas circunstancias, un futbolista, eso sí, jubilado, pude dedicar su retiro deportivo a la política. El caso más exitoso es el de George Weah, estrella del Milán, Chelsea y París Saint Germain, que ocupa ahora la Presidencia de su país, Liberia. Por cierto, no clasificado para Rusia.

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