domingo, 11 de enero de 2015

David Trueba
Director de cine

La violencia, con fútbol y sin fútbol

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No había pasado ni un año desde que escribí sobre el miedo que te provocan los tuyos, esos que dicen representar a tu bando, a raíz de cómo algunos aficionados de mi equipo de fútbol festejaban un mecherazo en la cabeza a un jugador rival, cuando se produjeron escenas dantescas junto al Manzanares una mañana de domingo. En la batalla campal, imágenes tomadas desde los balcones por los vecinos mostraban cómo, tras ser malherido a golpes, un hombre era lanzado al río, donde murió poco después. En esa semana habíamos pedido de manera razonada que se variara el refrán castellano que dice que más vale prevenir que curar, por otro más acorde a nuestra forma de actuar: más vale prevenir que exagerar. Bien, lo que se desencadenó en las semanas posteriores a cuenta de la violencia en el fútbol tiene mucho que ver con ambos escenarios.
A los que nos gusta el fútbol nos causa un problema mayúsculo la saturación que hay en la sociedad española. Tanto es así que un grupo de amigos nos declaramos hace años en huelga parcial de fútbol desde que termina la competición de Liga en junio hasta el mes de marzo, cuando se retoman las eliminatorias de Copa de Europa. Gracias a esta sencilla decisión, sacamos el fútbol de nuestras cabezas y lo comprimimos en cuatro meses, que es la medida más conveniente para las limitaciones de un cerebro humano. La pasión y la identificación con los colores de tu equipo son usadas desde tiempo inmemorial para el robo, la exaltación de los peores valores, la estafa continuada y el abotargamiento social, al modo en que se usa el patriotismo. Esta realidad nos obliga a tomar una decisión personal frente al fútbol. Pero si algo resultó grotesco fue la reacción de las autoridades y los medios de comunicación tras la tragedia, sin entender que unas veces la violencia es futbolística, otras homófoba, otras machista, otras ideológica, pero siempre es la misma violencia.
La mayoría de seguidores violentos han estado amparados por esa suspensión de la inteligencia que se le exige a la pasión verdadera. El negocio en torno a esa pasión es tan enorme que la temporada se extiende y el comentario profesional sobre fútbol se ha exaltado para captar adeptos. Los directivos de fútbol, algunos hasta implicados en privilegiar a los violentos sobre el resto de aficionados, corrieron a decir que van a expulsar de los campos a quien insulte al rival. Esto nos convence de que no hay remedio, sino solo exageración. Pretender que miles de personas atiendan a las normas de etiqueta en un estadio es, como en tantos otros asuntos, pasar de un extremo al otro sin proceso intermedio. La verdadera prevención de la violencia pasa por no dedicar tantas horas informativas al fútbol y diversificarlas con otros deportes, por intentar rebajar la dosis de presencia que tiene en la sociedad y que, desde jóvenes, los chicos, por apasionados que sean, entiendan que hay otras cosas en la vida a las que merece prestar atención. A veces el fútbol roba vidas, las de tanta gente convencida de que del resultado depende su felicidad. La violencia elige al fútbol para ser impune, pero esa misma violencia anida en la sociedad en diversas formas.

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