sábado, 13 de mayo de 2017

Nos acordaremos de esa lluvia

Simeone durante el partido de vuelta de semifinales de la Champions ante el Madrid. Alberto Di LolliMUNDO
Nada más terminar el partido del miércoles, con la ropa aún mojada y los huesos calados, Eleuterio Cano nos envió un mensaje a unos cuantos que fue como un secador de esos potentes que tienen en las peluquerías: "Ya hemos reservado tres apartamentos para seis personas el fin de semana del 25 al 27 de mayo de 2018 en Kiev". Y adjuntaba la factura del pago. Allí ya no había frío.
Huelga decir que la próxima sede de la final de la Champions League es en Kiev. Huelga decir que mi amigo es del Atlético de Madrid. Huelga decir que por cosas como ésta de Eleuterio 1) el suegro se te queda mirando, negando con la cabeza en silencio, y 2) el del bar de abajo te fía.
Eleuterio se despedía así: "Lo mejor está por llegar. Abrazos rojiblancos". Habías terminado de leer el mensaje y ya no es sólo que tuvieras el pelo seco del todo. Sino que hasta te había salido tupé y movías las piernas por debajo de la mesa. Como cuando esperas impaciente que empiece el próximo baile.
(...)
Aclamados los jugadores, venerado el cuerpo técnico, impecable la afición; mejorar el baile la temporada que viene ya sólo es cosa de la cuarta pata del banco: más esfuerzo de la directiva.
Cruyff cambió para siempre el Barcelona. Dicen que Bernabéu transformó el Real Madrid. Yo pienso que en el Atlético no hay suficientes palabras de gratitud para un Simeone y un Burgos que -después de una sequía de décadas- nos han traído esta lluvia. Una lluvia como la que mojaba a la gente en Woodstock. O como esa otra que abrazabas de niño con botas.
Se puede vivir sin que tu equipo juegue bien. Sin aspirar a que gane todos los partidos. Sin ligar tu corazón a una mera cuenta de resultados. Lo que no se puede es vivir sin que tu equipo te emocione. Nos acordaremos de esa emoción. De lo que pasó durante los 15 minutos iniciales y los 10 finales un 10 de mayo en un Vicente Calderón cargado de electricidad. De cómo volaron los asientos y de la alfombra mágica que era el césped. De lo bueno que fue mojarse cuando ardías. Nos acordaremos de aquel tipo único que levantaba los brazos con rabia y te acercaba las nubes. Nos acordaremos de esa lluvia.

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