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El último K.O. de Marun

JOSÉ AYMÁ
Primer asalto
Quería ser el Mohamed Ali de Aranjuez, pero en 2009 le pusieron delante a un púgil adulto 10 años mayor que él y un derechazo bajó al adolescente a la tierra. El K.O. que tumbó a Marun le dejó 11 días en coma, 57 de hospitalización, seis operaciones en las extremidades, un andador de por vida, un trastorno permanente del sistema nervioso y una discapacidad reconocida del 70%. Pero a pesar de que su entrenador no tenía título homologado, la Audiencia de Madrid acaba de exonerar al gimnasio denunciado por la familia.
Quería ser el Mohamed Ali de Aranjuez, un Foreman con espinillas quería ser, un Rocky Marciano menor de edad y un zurdazo extraterrestre. Hasta que en 2009 le pusieron delante a un púgil adulto 10 años mayor que él -y más alto y más experimentado y de más peso- y bajaron al adolescente a la tierra.
Boxeador 
Fue en el quinto round. Hay un derechazo atómico que duele de solo mirarlo. Marun se la traga entera. Marun se tambalea. Marun sangra por la boca, la nariz y los oídos. Marun se desvanece. Como esos edificios demolidos que caen a cámara lenta. Entonces vino la noche y a los 17 años se le apagó el cielo. Clic. Ya no amanecerá más en esta historia.
El último knock out de Marun deja un balance siniestro. Dos coágulos cerebrales, una craniectomía de urgencia, 11 días en coma, 57 de hospitalización, seis operaciones en la extremidades, un andador de por vida, un trastorno permanente del sistema nervioso, una discapacidad reconocida del 70% y una derrota de campeonato: laAudiencia Provincial de Madrid acaba de exonerar al gimnasio denunciado por la familia.
Porque entre el primer gong y el último se ven muchos juegos de manos y varias fintas: por ejemplo, el entrenador de boxeo del gimnasio no tenía título homologado en España, Marun no estaba ni siquiera federado, el combate de entrenamiento tuvo lugar sin el permiso paterno, el rival del menor de edad tenía 27 años y era un experimentado luchador de kickboxing y nadie paró aquello a pesar de los avisos de algunos asistentes.
Tenía 17 años cuando practicando boxeo quedó 11 días en coma. Desde entonces tiene un 70% de discapacidad
No hay nada de épica en este relato. Podríamos escribir que era un buen alumno de Bachillerato de Ciencias Sociales y cosas así. Que su habitación estaba llena de pósters de Tyson. Que tenía pensado ser informático o cocinero, promediando por ahí. Que había una chica que le gustaba mucho y cuyo nombre no recuerda a causa de la atrofia cortical.
No hay nada de épica en este relato. O sí: Jorge, su padre, se lo echa a la espalda como si fuera un saco. Y nos lo trae. Y le corta el filete. Y le lleva al baño. Y le limpia todo entero. Cada día. Como si la vida fuera un bautismo.

Segundo asalto

«A los 11 años empecé a ir al gimnasio. A los 13 me puse a boxear. Porque es un deporte muy aeróbico y se pierde peso rápido. La comba, el saco... Pesaba 140 kilos y me quedé en menos de 90. Todo era desequilibrado: no había niños y me ponían con gente de mayor edad que yo, muy grandes».
El entrenador no tenía título homologado y al menor no se le federó. La Justicia no ve culpables
Habla Marun y el sonido es el rumor de un fuelle roto. Lo cuenta a su modo desde el sofá, donde lleva toda la mañana y donde se tirará todo el día. Tumbaron a Marun y allí cayeron todos a la lona con estrépitos distintos.
La cicatriz atraviesa el salón de lado a lado: está en el padre, un libanés que lleva 24 años en España y que decidió dejar de ir al restaurante familiar para atender al hijo; está en la madre, la filipina Dolores, que arrastra un depresión y no olvida un grito; está en el hermano del púgil caído, José, que en una cuenta atrás dejó sus brillantes estudios para atender los fogones. Y por supuesto está en la cabeza cosida de Marun.
«No. No recuerdo cómo fue porque de los golpes olvidé el año entero. Cuando salí del coma, no podía hablar ni oír. Estaba en el hospital y no sabía porqué estaba allí. Mi padre se tiraba día y noche durmiendo en el suelo junto a mí y no me atrevía a preguntar. Ahora no puedo hacer nada solo. Mis necesidades. El aseo. Alimentarme. Trasladarme. Me han tenido que operar seis veces, en las caderas, en los tendones, en la rodilla, en el pie. En el Centro de Atención al Daño Cerebral me explicaron que la espasticidad te afecta a los tendones, te deforma el cuerpo, te tensiona los músculos...».
Cuentan que Marun -22 años ya- tenía buen gancho y mejor percha. En el álbum familiar se le ve siempre un palmo por encima de su hermano. Y dos sonrisas más arriba también. Cómo reía Marun.
-Piensas mucho, me dicen.
-Tengo a mi familia... Mi padre es mis manos y es todo.
-¿Tienes miedo?
-No puedo tener miedo porque no vivo.

Tercer asalto

Es 14 de noviembre de 2009 y primera hora de la tarde. Marun ha sido citado para un combate de entrenamiento fuera de los días estipulados. El adolescente tiene permiso paterno para acudir los martes y los jueves. Pero no para hacerlo un sábado.
«Yo le decía que entrenara, pero combate no. Eso no. Sólo estaba autorizado para ir a diario. El fin de semana no», señala Jorge. «Al entrenador le di el dinero y las fotos para que le hiciera la ficha de la federación, pero nunca se la hizo».
'Quien practica este deporte asume unos riesgos que pueden ser graves', señala la sentencia
«El entrenador quiso darme una lección por haberme ido a otro gimnasio, para que no me fuera más. Por eso me enfrentaron a uno mayor, mucho más fuerte que yo, más pesado», asegura Marun. «Decía que costaba mucho formar a los chavales como para que se acabaran yendo».
Las puertas del gimnasio se abren para realizar un solo combate. Para ello se ha improvisado una suerte de ring con cintas de plástico. Ambos llevan casco reglamentario. Si aquello iba a ser un entrenamiento, Marun nunca había entrenado de esa forma.
A su derecha, el ucraniano Silviu, 27 años, experimentado luchador de kickboxing, más alto que su rival, de mayor envergadura.
A su izquierda, el español Marun, menor de edad, «muy verde» según expresión del entrenador, refiere un testigo.
Y comienza el último vals.
«Pensaba que mi hijo estaba estudiando porque tenía exámenes el lunes», habla Dolores. «Veía la ambulancia frente al bar, pero no pensaba que era por él».
El informe neuropsicológico pericial señala que el chico de 17 años acabó con «traumatismo craneoencefálico grave tras recibir golpes en la cabeza». Los sanitarios tardaron «entre tres y 15 minutos en llegar». Fue necesaria una cirugía «descompresiva» dada «la extensión del hematoma». El daño en la parte derecha del cerebro le ha repercutido en sus extremidades izquierdas. «Sabiendo que existen cuatro grados de gravedad compatibles con la vida», leemos, «este paciente se encuentra en un grado tres».
Queda otra instantánea más antes de cerrar este asalto. Cuando Dolores se entere, cuando la madre sea avisada por lo que le acaba de suceder al hijo («Marun se ha mareado», le dicen), ella cruzará la calle corriendo. Y verá de qué se trata. Y de quién. Y entrará en tal estado de combustión que tendrán que inyectarle sedantes allí mismo.

Cuarto asalto

La familia demandó a tres bandas. Al entrenador, al gimnasio y a la aseguradora del mismo. Reclamando 800.000 euros.
El Juzgado de Primera Instancia número 38 de Madrid sustanció en 2012 el asunto y exoneró a los acusados.
'El entrenador quiso darme una lección por haberme ido y me enfrentaron a uno mayor, más pesado'
Hace sólo unas semanas que la Audiencia Provincial ha resuelto el recurso que presentaron los litigantes: nadie tuvo la culpa de lo que pasó. No hay culpables de lo ocurrido.
Acaso Marun.
A pesar de lo declarado por un testigo clave en la vista oral («en el penúltimo asalto vimos que Marun no estaba bien, la coordinación, la mirada, todo, le dijimos al entrenador que no estaba bien, que parara aquello, y contestó que era normal, que iba a continuar»), el tribunal considera que se cumplieron con todas las garantías de seguridad.
A pesar de que el propio rival del adolescente reconoció inopinadamente que «era un combate» (para lo que habría hecho falta un consentimiento paterno), la justicia dio por buena la versión de que fue «un entrenamiento».
A pesar de que hubo irregularidades probadas (la no homologación del título, la falta de ficha federativa del menor), la Audiencia Provincial señala que son meras «exigencias administrativas».
«Quien practica este deporte y en su caso quienes contratan este deporte para que sea practicado por un menor asumen unos riesgos (...) que pueden ir desde una fractura de mano a otros más graves».
-¿Qué te parece la sentencia, eh?
-...
La pata coja de Marun, el pie como una garra, el puño crispado como una tenaza, un tono de voz ahogado. Hay opiniones que sobran. Porque hay cuerpos que lo dicen todo.

Quinto asalto

Fue en el quinto round. Hay un derechazo atómico que duele de solo mirarlo. Marun se la traga entera. Marun se tambalea. Marun sangra por la boca, la nariz y los oídos. Marun se desvanece. Como esos edificios demolidos que caen a cámara lenta.
«¿Y ahora qué?», pregunta el padre, mira hacia abajo. «Si pasa algo mañana este chico no podrá comer pan, no puede trabajar, no puede estar solo, no puede valerse por sí mismo. ¿Qué le queda? Me sangra el corazón todos los días».
Haciendo inventario, son cinco pastillas al día por el desorden neurológico de la espasticidad lo que le queda. Y una pensión de invalidez de 255 euros. Y una condena en firme a pagar las costas del juicio que rondan los 200.000. Y una revancha que no va a llegar.
A Dolores, la madre, nunca le gustó que su hijo hiciera guantes, eso sí que no. Cada vez que regresaba le repasaba la cara de cerca. Igual que cuando te miras en el espejo. Para ver si traía marcas.
Jorge, el padre, se acuerda de las primeras veces que se llevó al hijo al gimnasio. Mientras él hacía pesas y el crío enredaba jugando con todo.
José, el hermano pequeño, querría haber estudiado para ser profesor de inglés, ya ven, pero ahora debe conformarse con la tortilla francesa.
Hay muchos amigos que ya ni vienen y otros que no lo hicieron jamás.
No hablamos del perdón con esta familia de cristianos menonitas. Sino de la paz.
«Si te digo la verdad y te soy sincero, yo no pierdo la esperanza. Todos los días rezo para tener salud y poder empezar a vivir como una persona normal y corriente. Ya has visto: mi padre no me deja estar triste».
No hay nada de épica en este relato. O sí: Jorge se echa el hijo a la espalda. Y se lleva la mano a los ojos. A lo mejor no es importante, pero su restaurante se llama San Marun.