miércoles, 4 de mayo de 2016

Gloria para Simeone y Guardiola

La victoria del Atlético tiene aún más relevancia por la grandiosa oposición del Bayern

Atlético vs Bayern. Simeone, durante el partido ante el Bayern. M. H. B. (GETTY) / EFE
Siempre al acecho, los lectores de resultados no dudan en simplificar la extraordinaria, por emotiva y fascinante riqueza táctica, semifinal entre el Bayern y el Atlético: todos son Simeone, nadie es Guardiola. Si el debate se reduce a ganadores y perdedores, no hay caso. Hoy vencen unos y mañana otros, fin de la discusión. Una mirada con las luces largas engrandece a los dos técnicos, por antagónicos que sean. El cruce ha sido tan exigente que uno y otro se han hecho todavía mejores. La victoria rojiblanca tiene aún más relevancia por la grandiosa oposición del equipo muniqués. La derrota alemana no merece la guadaña por la fabulosa abnegación de los colchoneros. Si lo quieren llamar fracaso, nada mejor que naufragar como lo hizo el Bayern, acorde con su potencial, a pecho descubierto, con 33 jugadas de ataque, con el portero adversario en el podio. Si lo quieren llamar un éxito mayúsculo, nada mejor que entronizarse como lo hizo el Atlético, acorde a lo que tiene, con la mandíbula de acero y el alma en un puño.
Técnicos de tantos contrastes, Guardiola y Simeone tienen un nexo: son dos fanáticos, como ya lo fueron de jugadores, cada cual con su gen. Pep adoraba tener la pelota, el Cholo festejaba quitarla. Su tránsito a los banquillos les ha permitido perpetuar su idea, en parte por las circunstancias. Lograron beca en sus clubes. Uno, en un Barça ganador y estiloso. Otro, en un Atlético infernal, con su historia desteñida. Guardiola aún fue capaz de hacer de un Barça en alza una obra maestra. Simeone escarbó en los escombros y devolvió los galones a los suyos. El catalán no solo se benefició de llevar a hombros a jugadores exquisitos como Messi, Xavi e Iniesta, sino que los hizo mejores al tiempo que se sacaba de la chistera a Pedro y Busquets, por ejemplo. El argentino buceó en las catacumbas y potenció a unos cuantos gregarios que como solistas no hubieran dejado huella. No había “xavis” e “iniestas”, pero sí “kokes” y “gabis”; no había “messis”, pero sí “griezmanns”. Si Guardiola hizo sublime a un elenco de estrellas, la eminencia de Simeone ha consistido en enaltecer el espíritu gremial hasta más allá del paroxismo. Con su columna de pretorianos se fabricó un escudo con el que meter una cuña entre la élite. No se puede hacer más con menos, como difícilmente nadie hubiera podido hacer más con más de lo que hizo Guardiola. Dos obras de autor incunables.

Guardiola pudo apelar al infortunio, al error de Müller en el penalti que hubiera supuesto el 2-0 antes del descanso. O quizá a pequeños detalles como las dos malas defensas de Alaba en los goles del
 Atlético, cuando ante Saúl y Griezmann no cerró la puerta con la pierna derecha, como era de manual, sino con la izquierda, la única que interpreta. Nada de excusas, Guardiola brindó porque Carlo Ancelotti, su sucesor, tire los confetis que él no ha podido.Ya en el Bayern, Guardiola aceptó un reto contracultural, estilizar a un club de solera que navega en la abundancia. Sus sobresalientes conocimientos, su obsesivo esfuerzo y su conmovedora pasión no han sido suficientes para lograr el objetivo marcado en rojo: la Champions. Los cainitas, de gatillo fácil, están de enhorabuena. Olvidan que no hace tanto se reverenciaba a quien exigía pétalos por llevar a todo un Real Madrid a las semifinales. Pep, que ya tiene dos Copas, lo ha conseguido tres cursos seguidos y, a la espera de lo que haga el Atlético en Milán, siempre cayó ante el campeón (Madrid y Barça), como le ocurriera de azulgrana ante Inter y Chelsea. Sí, esta vez tampoco ha conseguido el propósito para el que fue contratado, pero nada mejor que irse con la admiración de su último adversario. “He visto al mejor rival al que jamás me he enfrentado, me dejó enamorado en el primer tiempo”, sostuvo Simeone tras el agónico pulso. No le faltó una pizca de razón. Lo del Bayern, sobre todo en el primer acto, fue descomunal: sus diez futbolistas en campo ajeno, con invasiones por dentro y por fuera, con laterales que hacían de extremos (Lahm) o interiores (Alaba), extremos que hacían de volantes (Douglas Costa), mediocampistas al asalto (Vidal) y arietes que desabrochaban a los centrales (Muller y Lewandoski). “He tenido que hablar como nunca con Godín, porque sus delanteros nos sacaban de sitio”. Palabra de Giménez.

De una eliminatoria inolvidable, nada mejor que quedarse con lo de unos y otros, con aceptar que en el fútbol hay más de una vía, cada cual con sus feligreses y detractores. Pero son igual de apreciables cuando el superior no transita con la racanería de un inferior y el inferior no pretende ponerse el frac creyéndose superior. El Bayern fue el Bayern, más estético y pintón, y el Atlético fue el Atlético, un convoy de centuriones irreductible. Es lo que hoy les toca a uno y otro. Simeone fue el Simeone que corresponde, lo mismo que Guardiola. ¿Quién es mejor? Lo mismo da, mejor esperemos a que algún día cambien de pasarela y uno se maneje en las máximas alturas y el otro deba manejarse con menos cesto. Ocurra o no el viraje, gloria a los dos técnicos. El fútbol se los merece. Y que cada cual disfrute con el que quiera sin absolutismos para negar al otro. Como subraya el último Valdano ilustrado en “El Fútbol es Infinito”: “Que nadie pretenda ser objetivo con una pasión”.
Al otro lado, Simeone defendió lo suyo con el mismo honor que su colega aceptó el resultado. Todo ejemplar, sin pavos reales. En el rostro del Cholo se adivinaba a un tipo que había padecido de lo lindo. Cómo no, si su principal sostén, Oblak, hizo más que notables paradas a ciegas. Era tal el asedio, como si al Atlético le quemaran el rancho, que muchas de sus intervenciones las hizo tapado por el bosque de compañeros que defendían a dos palmos de su flequillo. Oblak intuía, más que veía. La pelota le aparecía en los morros, y no como consecuencia de un “catenaccio” premeditado. No, el Atlético defiende como nadie, pero no suele hacerlo tan aculado. Fue el Bayern quien le enchironó como pocas veces, quien le colonizó en su garita. Cómo no iba a tiritar Simeone si la estadística reflejó que sus dos delanteros solo tocaron el balón en el área de Neuer cinco veces: Torres en tres ocasiones, una la del penalti errado, y Griezmann en dos, incluido el gol, y ambas sobre la misma línea del área grande. Pero a este Aleti le basta con un cuarto de ocasión, afina como nadie porque se sabe que no tendrá muchas balas. Tan elogiable es su papel de resistente, tal es el sentido colectivo que hasta Fernando Torres ha cambiado el molde. Ya es tan simeonista que el Cholo hasta le mantiene el partido entero en un duelo tan crudo como el de Múnich. Con Simeone no hay rendición posible, solo cabe irse por la gatera, como Arda: se fue por extenuación y hoy no se reconoce.

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