Como sucedió hace ya un par de años con la Casa Real, cuyos deméritos propios contribuyeron a que se rompiera el aura de inmunidad que rodeaban cuernos, comisiones, trinques directos y desplantes de sus integrantes de primera y segunda generación, la abrupta caída de Sandro Rosell de la presidencia del Barcelona, después del affaire Neymar, debería abrir la espita de la fiscalización mediática y judicial de un negocio, el del fútbol, cuya podredumbre estructural, al igual que sucediera en su día con los devaneos del monarca, es de todos conocida y, sin embargo, como en el caso de la Corona, colectiva y absurdamente tolerada. Al menos hasta ahora.
Bastaría hacer un recorrido por numerosos presidentes que han ocupado, de forma sorprendente, palcos señeros de la Primera y Segunda División española para temerse lo peor en términos de ortodoxia financiera y fiabilidad contable sin necesidad de dar ex ante dato objetivo o acreditar hecho probado alguno. Muchos de esos mandamases, ligados al negocio promotor/constructor o a actividades donde el dinero B es el pan nuestro de cada día y su blanqueo imprescindible, se dejaron una fortuna por ocupar el puesto con la certeza de que la inversión daría sus frutos a medio plazo. Trincaron a manos llenas. Su enumeración pecaría de excesivamente prolija pero también, seguro, de incompleta. De ahí que les invitemos en los comentarios de este mismo post a que se extiendan cuanto consideren conveniente. Con sus excepciones positivas también, que sin duda las habrá.
Se trata de una actividad turbia donde, y aquí hay que darle la razón al defenestrado Rosell, los clubes exigen y se protegen, los derechos se fraccionan, los intermediarios se multiplican, los representantes presionan con su cartera completa, hay patrocinadores individuales, colectivos y mediopensionistas, las familias se apuntan a la sopa boba y los jugadores alucinan, pero que les quiten lo bailao. Eso sí, de ahí a que se puedan pagar oficialmente 57 millones de dólares por un jugador y, bajo cuerda, casi el doble, media un abismo. ¿De dónde sale este dinero?, ¿bajo qué concepto?, ¿qué opina el auditor? El control de tesorería en el seno de los clubes es uno de los agujeros negros del sistema en el que ni el fisco se atreve a entrar. Pero estaría bien que se viera en qué otras operaciones las partidas usadas para defender la legitimidad del pago por el delantero brasileño han sido aplicadas y, por tanto, cuál es el coste real de las plantillas. Se sorprenderían.
El pobre Coentrão no me ha hecho nada, pero recuerdo que me llamó especialmente su fichaje en el verano de 2011 por varios motivos: venía para una demarcación que el Real Madrid tenía suficientemente cubierta, tanto en el primer equipo como con promesas del filial; su trayectoria profesional había sido más bien mediocre, salvo un par de buenas temporadas en Benfica, que lo había fichado cuatro años antes por 900.000 euros; y traía fama de disfrutón, entiéndase como se quiera, como acreditaron en su fugaz paso por Zaragoza. Nada que justificara un desembolso disparado por el portugués. Sin embargo, tengo clavado a fuego los 30 millones de euros, 5.000 millones de las antiguas pesetas, que se abonaron por él, cuantía que no habríamarketing en el mundo que rentabilizara en un jugador de sus características. Su representante, Jorge Mendes, el mismo que Cristiano y... Mourinho. Acabáramos, todo queda en casa con la aquiescencia de un gestor condescendiente. Y mientras tanto, esos socios sin voz ni voto, salvo en las manipuladas asambleas anuales, a tragarse el sapo de su mediocridad desde el abono semanal.
Como en el caso anterior, seguro que cada uno de ustedes es capaz de sacar de la memoria futbolística de sus respectivas formaciones locales ejemplos para aburrir. Les invito a que se explayen, toda vez que mi recuerdo deportivo es insignificante. Si hablo de este chico es por la incapacidad que tuve entonces de entender la razón no de su fichaje, sino del coste del mismo. Se han multiplicado las transacciones raras con precios desorbitados fruto de extrañas obsesiones presidenciales que han terminado en fiascos de carácter mayúsculo para los aficionados, que son los que al final dan sentido a esta fiesta que debería ser el fútbol. Viene Illarra, otros 30 kilos para un tipo que estaba en la Real Sociedad B hasta hace dos años, se renueva a Xabi Alonso y se condena al ostracismo a la revelación de la pretemporada, Casemiro, 50 partidos con el Sao Paulo a sus espaldas en 2011 y 2012 y que vino por apenas 6 millones. Debo ser mu corto, listo pa los polinomios, tonto pa los recaos, pero ¿es eso buena gestión?
Lo de Rosell con Neymar es la punta del iceberg de una tolerancia con el fraude en el seno de la Liga que tiene que desaparecer. El miedo cerval del político a quebrar el statu quo del circenses –ahora que el panem hay que ganarlo no con el sudor de la frente, sino para la hucha del de siempre, Montoro– ha facilitado hábitos que convierten a estas organizaciones en privilegiadas respecto al común de las sociedades y entidades españolas en términos tanto de su relación con Hacienda como con el resto de la Administración. Lo de menos es que la sombra de la ayuda pública flote en el aire, a instancias del Bayern de Múnich o de Rita la Cantaora. Lo relevante es que hacen, literalmente, de su capa un sayo en beneficio propio y de unos pocos, que la transparencia en el fútbol sigue brillando por su ausencia y que o se pone coto a estos desmanes o llegará un día en que todo salte por los aires, castillos construidos en el aire de los intangibles (derechos, marca, difusión).
O, si no, al tiempo.
Buena semana a todos, si les dejan.