domingo, 23 de agosto de 2015

El Barça y la demanda de independencia catalana

Barcelona, España. A los obstáculos deportivos a los que se va a enfrentar el Barça se añaden las luchas fuera de los lances futbolísticos. En esta nueva temporada, el club todavía estará castigado con una moratoria para poder contratar nuevos jugadores, impuesta hace 1 año por la Unión de Federaciones de Futbol Europeas (UEFA, por su sigla en inglés), por haber violado reglas en la incorporación de adolescentes en sus equipos.
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Todavía están pendientes los procesos judiciales por la contratación de sus estrellas Neymar da Silva Santos y Leonel Messi. En un contexto dominado por escándalos de corrupción y compra de votos en la concesión de las copas mundiales de futbol a celebrarse en Rusia y Catar, nada beneficia al Barça, internamente cuestionado, precisamente por estar patrocinado por el reino catarí.
No va a ser fácil lograr un patrocinador que subvencione la remodelación del estadio y cuyo nombre sea aceptable.
El último polémico incidente extradeportivo ha sido la doble penalización por hechos relacionados con las finales de la Champions League en Berlín, Alemania, ante el club la Juventus de Turín, y a la de la Copa del Rey, en la propia Barcelona (elegida como terreno “neutral”), contra el equipo Athletic de Bilbao.
En la capital alemana, muchos fanáticos barcelonistas presenciaron el partido, con un comportamiento ejemplar, arropados por banderas catalanas, de la variedad llamada “estrellada”. A las cuatro barras rojas con fondo dorado tradicional añade un triángulo azul con una estrella blanca, un emblema independentista, inspirada en las de Cuba y Puerto Rico.
Es el símbolo de la demanda de “soberanismo” que domina a la mitad del electorado catalán, que anhela vencer en las elecciones autonómicas (“plebiscitarias”) del 27 de septiembre.
Este “gesto” no ha sido bien recibido por las autoridades de la UEFA, que han considerado una violación de las oscuras reglas de aderezos permitidos a los espectadores que puedan tener un mensaje “político”, como cruces gamadas.
El resultado: una multa de 30 mil euros (33 mil dólares) al Barça, como se conoce al Fútbol Club Barcelona, y la amenaza de clausurar una parte de las gradas en su estadio, el Camp Nou, en la siguiente competición.
Las autoridades europeas parecen responder a la incomodidad de las españolas por el insólito espectáculo antes de la celebración de la final del partido de la Copa del Rey entre el Barça y el Athletic vasco. Sus respectivas hinchadas parecen obviamente compartir su rechazo a los signos españoles oficiales y decidieron efectuar una unánime silbatina a la ejecución del himno español. Fue la primera presencia como monarca español de Felipe VI.
El resultado de ese incidente fue la decisión de imponer multas superiores a 1 millón de euros (1.1 millones de dólares) al Barça, al Athletic, a la misma Real Federación Española de Fútbol y a las asociaciones cívicas que coordinaron la protesta. La lógica de las autoridades españolas es que se atenta contra los sentimientos de los ciudadanos, se ataca a los símbolos de la soberanía nacional, y que se puede incitar a la violencia entre los participantes.
La rechifla al himno nacional tuvo ya dos precedentes notables. Uno sucedió precisamente en otra final de la Copa del Rey celebrada en Valencia, en 2009, con los mismos contendientes. Ante la demanda interpuesta, el Ministerio Fiscal opinó entonces que la acción de protesta estaba amparada por la libertad de expresión. Las autoridades estatales, ya escarmentadas, habían amenazado con la clausura del estadio si el incidente se repetía.
El Barça recoge en su historial semejante resolución cuando el 15 de junio de 1925 celebró un encuentro amistoso. Se invitó a la orquesta de un buque británico fondeado en el puerto, el cual interpretó la marcha real, que fue sonoramente silbada por los espectadores, quienes en contraste permanecieron en silencio respetuoso ante la ejecución del himno británico (God save the king, Dios salve al rey).
Al día siguiente, la dictadura de Primo de Rivera, representada por el capitán general de Cataluña, Joaquín Milans del Bosch, clausuró el estadio de Les Corts por 6 meses y obligó al fundador y presidente del Barça, Joan Gamper, a exiliarse. El castigo dañó la economía del Barcelona. Gamper a su regreso tuvo problemas financieros y acabó suicidándose.
Este doble incidente de imposición de multas se va a mezclar con el proceso de las elecciones políticas y contribuirá a enrarecer todavía más el ambiente.
Los partidos que respaldan el proceso independentista y numerosos medios de comunicación consideran que es un castigo de dudosa aplicación, sujeto a procesos de apelación que se sostendrán en la libertad de expresión y el hecho de que ambos encuentros se celebraron fuera de la disciplina del club.
Pocos de los espectadores italianos tenían conciencia de la simbología de la bandera independentista, que en ningún momento provocó incidentes, tal como se expresaba en el informe de la propia UEFA acerca del encuentro.
Con respecto al contexto puramente español, catalán y vasco, se puede aducir una evidente muestra de mal gusto y falta de modales. Pero la culpabilidad debe recaer en la evidencia de un fracaso de la construcción de una identidad nacional elusiva, basada en símbolos con una larga historia de origen y manipulación por diversas fuerzas detentoras del poder.
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