Tengo el corazón lleno."
Ojos rojos. Pechos agitados, que se inflan y se desinflan. Golpes que se sienten, que rebotan en los músculos pero que no duelen tanto como la desilusión. No quedan piernas, o sí. No queda cabeza para tener claridad, o sí. Queda -y quedará en el tiempo- un estilo de juego. Último minuto, Cubelli la abre, Lobbe empuja, Cordero choca una y otra vez el chiquitín, Isa se tira de cabeza sin importarle la sangre en su cara, buscan con locura el try. No llega. "Olé, olé, Pumas", se escucha en Twickenham. Daniel Hourcade llora, casi como si estuviera en su cuarto en Tucumán, casi como si nadie lo estuvieran viendo. Llora.
"Tengo el corazón lleno. Hay que saber ganar y perder."
El cómo siempre importó para Los Pumas. No es lo mismo perder una semifinal como en 2007 que como ayer. No es lo mismo armar una buena camada de jugadores que cambiar el estilo juego del seleccionado. El entrenador tucumano se quiebra. Acepta la derrota, mastica el dolor. No sabe que ya hizo la revolución. El y sus 30 jugadores transformaron el rugby argentino y que quede claro: eso es muchísimo más complejo que alcanzar un resultado. Eso da muchísima más satisfacción. 
"Tengo el corazón lleno. Hay que saber ganar y perder. El orgullo que tengo por estos jugadores no me lo saca nadie." 
Creevy lo espera para un brazo, para llorar juntos. Fue su primer cómplice -sí, un hooker- en esa aventura de inocularle a Los Pumas la intención de lanzarse a jugar con la pelota viva, de punta a punta, con dinámica, intensidad y presión arriba. Fueron dos locos que en 2013 repitieron que iban a hacer tries, tries y tries. Y que contagiaron a los más pibes, a los más grandes, a lo que en este mes miraron rugby por primera vez. 
"Tengo el corazón lleno. Hay que saber ganar y perder. El orgullo que tengo por estos jugadores no me lo saca nadie. Australia es un gran equipo, pensábamos que podíamos." 
Mario Ledesma, hoy en otra vereda, le habla al oído a Isa, consuela al pibe veinteañero que ya sabe lo que es jugar una semifinal de un Mundial. Las palabras quedan ahí. Montoya choca la cabeza con Petti, Lavanini y Cordero no se mueven: procesan la tristeza. Qué van a importarles a estos chicos las semifinales que jugarán en algunos años, qué le van a venir a hablar si querían estar en Twickenham ante los All Blacks el próximo sábado. 
"Tengo el corazón lleno. Hay que saber ganar y perder. El orgullo que tengo por estos jugadores no me lo saca nadie. Australia es un gran equipo, pensábamos que podíamos…pero tenemos un partido más, esto no se terminó." 
En cinco días van por repetir la historia: Los Pumas quieren quedarse con el bronce como en Francia 2007. Un bronce de oro. Pase lo que pase ante los Springboks este grupo ya marcó el rumbo. Inglaterra fue el Mundial de la consolidación de un estilo de juego, también de una semifinal memorable ante Australia. De ese camino no se da marcha atrás. Nunca más, Pumas.