sábado, 23 de abril de 2016

Paco Jémez: "Ser normal es lo más complicado en la vida"

El entrenador del Rayo Vallecano, Paco Jémez. ALBERTO DI LOLLI
Transmite a sus equipos su carácter arriesgado y pasional. Al Rayo le valió su mejor clasificación. Y hoy sigue en la lucha por la supervivencia.
"Parece que pedir perdón es sinónimo de falta de hombría, pero es todo lo contrario: la gente con carácter pide disculpas cuando se equivoca".
"En la vida hay que consumir hasta el último segundo. Vamos tan rápido que se nos pasan las cosas sin disfrutarlas", concede.
Dirige al Rayo Vallecano, pero bien podría haber sido cantaor flamenco (es hijo del célebre Lucas de Écija) o golfista profesional (maneja un hándicap de 1,4). Paco Jémez (1970) nació en Las Palmas por accidente, tiene sangre cordobesa y vive en Vallecas, donde ya pasó dos temporadas como jugador. Aboga por la normalidad, la misma del barrio en el que vive, donde fuera de foco colabora para mejorar las condiciones de vida de los vecinos. Amante del cine (suele escaparse por las noches a las salas), las corbatas ("tengo más de cien", confiesa) son la única excentricidad de un hombre que, a base de trabajo, defiende lo extraordinario de lo común.
Cuando un equipo de fútbol está abajo en la clasificación, ¿qué se puede hacer para frenar los pensamientos negativos?
Es una situación complicada. Pero soy una persona optimista y que cree en el trabajo. Entonces, ¿cuándo sales realmente derrotado? Cuando te entregas. Cuando dices: ya no. Ése es el momento en el que has perdido. Y al final, la vida es así: muchas veces, te vas porque te rindes. Y eso es lo que no quiero que le pase a ninguno de mis equipos. Me encanta el cine y siempre pongo a mis jugadores el ejemplo de El último samurái: si hay que morir, se muere, pero tú eliges cómo. Estoy convencido de que vamos a sacar la situación adelante. Pero si al final no podemos, iremos como en la película de Tom Cruise, a morir hasta el último minuto. Y la afición lo agradecerá, porque la gente no es tonta, y menos en un lugar como Vallecas, donde han vivido de todo.
¿Cómo transmite todo lo que piensa a sus jugadores?
Tengo facilidad para llegar a la gente, a lo mejor porque pongo mucha pasión. En el cuerpo a cuerpo, soy capaz de ganarme a las personas, de convencer, transmitir. Es la parte de mi trabajo que más me gusta. En los ámbitos generales, las reglas son igual para todos. Pero a la hora de hablar a los jugadores, no es lo mismo hacerlo a un chico de 17 como Joni [Montiel] que a uno de 35 como Roberto [Trashorras]: lo que vale para uno no vale para el otro.
¿El fútbol es un deporte que se presta a las excusas?
La gente que pone excusas me gusta tenerla lejos. Mi trabajo consiste en buscar soluciones a los problemas y quien utiliza la excusa lo que hace es buscar problemas a las soluciones. Al final, es hacerme trabajar más a mí: nos contradecimos y no llegamos a ningún sitio.
¿Quién le inspira en su vida?
De todas las personas mayores se debe aprender: cuando un mayor abre la boca, es un sacrilegio no escuchar. Y entre ellos, destaco a mi padre. Muchas veces, le digo que me alegro de que hayamos sido pobres, porque me ha enseñado muchísimas cosas que yo ahora, quizás, no puedo enseñarle a mis hijas, o me cuesta muchísimo trabajo.
¿Por ejemplo?
Mira: de pequeño, mi padre me compraba unas zapatillas y, si a los tres días las rompía, tenía que tirar con ellas hasta que hubiera dinero en casa para otras. Eso te enseñaba que las cosas cuestan trabajo. Al final, es una cuestión de supervivencia. No se trata de ser mejor o peor. Pero las personas que viven en circunstancias límite se desarrollan de forma distinta: su mente, su cuerpo, sus valores... son diferentes.
Se define como de sangre caliente. ¿Tiene su lado zen?
Si la gente me conociera... De mi padre he heredado muchas cosas: es una persona con un carácter fortísimo, muy entera. Pero, además, es de lágrima fácil, y a mí eso también se me ha pegado. Tengo mi lado tranquilo, que nadie piense que estoy todo el día dando voces. También me emociono fácilmente, con el día a día. Por ejemplo, si vamos a ayudar a alguna familia que está viviendo una tragedia, algunas veces me tengo que salir porque se me saltan las lágrimas. Incluso en algunas charlas con los jugadores me ha pasado. Me emociono con todo lo que hago porque voy con el corazón por delante.
¿Cuida su parte interior?
A estas alturas de la vida, lo que intento es que mi mente no me juegue malas pasadas. El carácter que una vida entera te conforma te hace ser de una determinada manera. Me gusta mostrarme como soy, para lo bueno y lo malo. Me equivoco muchísimas veces, pero en todas intento pedir perdón. Hoy en día, pedir perdón está mal visto, parece que es sinónimo de falta de hombría o de carácter. Y creo que es todo lo contrario: la gente con carácter y con hombría es la primera en reconocer que se equivoca y en pedir disculpas.
¿Decir lo que se piensa en un mundo como el nuestro a la larga perjudica?
Es imposible caerle bien a todos. Una vez, un hombre mayor me explicó la teoría de los 20, los 40 y los 60: con 20 años, tu mayor preocupación es lo que piensan los demás de ti; a los 40, es no preocuparte de lo que piensan de ti; y a los 60, te das cuenta de que nunca se preocuparon de ti. Así, no estoy pendiente de lo que le gusta o no le gusta a la gente. Lo que tengo muy claro es que, cuando abro la boca, creo que estoy en posesión de la razón. Tengo el defecto de decir lo que pienso, ser consecuente con ello y, si ofendo a alguien, pido perdón.
¿Cómo encara los problemas?
Los problemas son circunstancias a resolver. Todos tienen solución. La mayoría de personas tiende a hacer de los problemas tragedias, cuando son cosas muy distintas. Las tragedias son circunstancias que se escapan de tus manos, que las tienes que tragar tal como vienen y sólo puedes esperar a que pase el tiempo para que mitigue el dolor que conllevan. Pero los problemas necesitan de gente que dé un paso adelante y busque alternativas. Y yo no puedo acostarme sin haber arreglado las cosas pendientes, sea la hora que sea.
¿Y eso lo transmite a los demás en su día a día?
Mi vida siempre ha sido riesgo. A veces mi mujer me dice que estoy como un puñetero cencerro porque no paro. Pero me encanta vivir así, y al final, mi manera de entender el fútbol es una consecuencia de cómo ha sido mi vida. Entiendo que la vida se nos escapa, se nos va de las manos. Por eso, la única cosa que me alegra de dormir poco (con cinco horas me doy con un canto en los dientes) es que el tiempo que no duermo lo empleo en hacer cosas.
Es una visión muy optimista.
Vivo en un mundo en el que todo gira alrededor de los resultados. Poca gente valora tu trabajo si no va acompañado de ellos. Así, tu vida es una montaña rusa: cuando ganas, estás arriba; cuando pierdes, estás abajo. Debes tener un equilibrio emocional para que tu vida sea optimismo puro. Y no sólo ser positivo, sino irradiarlo para levantar al grupo. Si algún día no me encuentro con fuerzas para decir algo, prefiero no decirlo. Y son pocos días, porque tengo las espaldas bastante anchas y me echo encima lo que venga.
¿Tiene hueco Dios en esa mentalidad positiva?
Soy católico y, aunque a veces tengo mis dudas (¿quién no las tiene?), creo en Dios. Soy muy respetuoso con los demás, por eso quiero que también lo sean conmigo. No impongo nada a nadie y me fastidia mucho que quieran imponer cosas. Las mayores atrocidades que se han cometido en la Historia han sido a favor o en contra de la religión; es decir, por gente que quería que los demás pensasen como ellos. Y eso nos tiene que servir de experiencia.
¿Tiene alguna manía?
Para ser del Sur, no soy nada supersticioso. Sí creo que hay momentos en la vida en los que, a veces, se alinean las cosas, pasan porque tienen que ocurrir y no se puede hacer nada. Pero hay otra serie de cosas en las que sí se puede incidir; puedes luchar para que cambien. Creo más en el trabajo y en que la mayoría de situaciones pasa porque hay gente que hace que pase.
¿Qué le gusta hacer a Jémez?
Soy una persona a la que le gusta la normalidad. Vivo en un sitio rodeado de gente normal, que madruga para ir a trabajar, que baja a su perro a la calle, que compra en el súper de al lado... Me gustan las personas normales. Al final, ser un tipo normal es lo más complicado en la vida. Para encontrar a alguien normal tienes que escarbar mucho.
Aún conserva su planta de jugador. ¿Se cuida?
Me cuido bastante, pero no soy un obseso de la dieta. Soy una persona de extremos: puedo estar dos días a base de batidos de proteínas, porque no me apetece otra cosa, y luego salir a comer y cenar tres días seguidos. Pero no me gusta abusar de la grasa o los dulces. Me gusta ir al gimnasio (hago ciclo, body pump, body combat...), correr, nadar, pádel...
¿Cómo conjuga su pasión por el golf con su carácter emocional?
No es que la pasión sea mala, pero el golf es un deporte que necesita mucho talento mental. Yo he roto muchos palos y he tirado muchas bolsas al agua, pero aún así he llegado a jugar bien, o por lo menos a disfrutar de este deporte. Hay caracteres más tranquilos que son mejores para ciertas disciplinas como ésta. Pero también, muchas veces, ese golpe en el que debes arriesgar te invita a sacar carácter. Por eso, un binomio bueno es una mezcla de ambos.
Si tuviera que resumir su filosofía de vida, ¿cómo lo haría?
Muy sencillo: entiendo que en la vida hay que consumir hasta el último segundo. Se deben disfrutar las pequeñas cosas, esas que, muchas veces, son las que te dan la perspectiva y las mayores alegrías: beber una cerveza con un amigo, reírte con un chiste, disfrutar de una buena película, ayudar a la gente que lo necesita. Y cada vez que pasa un día, me jode, porque es un día menos de vida. Me encantaría vivir siempre, lo de morirse es el peor invento que hay. Vamos a un ritmo tan rápido que se nos pasan las cosas y no disfrutamos de ellas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario