jueves, 14 de abril de 2016

¡¡U R U G U A Y O !!

El fútbol acaba en Godín

El central uruguayo, alma del cholismo, fue figura indiscutible ante el Barcelona.
.

En un momento de la segunda parte, con el Atlético en plena agonía, Godínse fue al ataque (aunque quizás decir ataque sea mucho). Se vio descolocado, y al regresar al área como un pez volvería al río, y como le cogía de paso, decidió parar antes el juego del Barcelona con una falta técnica.
Godín las hace de todos los tipos. Es como un violinista de la falta, así que la “técnica” la bordó. El jugador del Barça cayó sumiso. Detuvo el juego con más autoridad que el propio árbitro, que pitó con el criterio de Godín. Normalmente, entre la falta y el pitido hay una mínima intriga y quizás un desacuerdo. En este caso no. Se hizo muy evidente que el central controlaba el descontrol del Atlético y que mandaba en el partido desde el fondo del mismo. El verdadero poder se ejerce sen la sombra.
Todavía se dice que este Atlético no tiene estrellas. Quizás sea un asunto de percepción. Casi todas las cosas que hace Godín en un partido suenan más que verse. A lo mejor por eso no se le aprecia del todo, porque exige sentidos distintos y nosotros estamos sólo en la mirada, la mirada cansada del fútbol. Tenemos presbicia de tanto toque televisado y no nos damos cuenta. La televisión margina y criminaliza a los centrales, que son como los malos de la retransmisión.
Los jugadores del Atlético no es que corran más que el rival, es que corren más que el balón. Tuvieron una posesión del 28%, de la que habría que descontar todas las veces que la tuvo Oblak.
Pero para qué quiere un equipo la posesión si tiene a Godín. En el fútbol del Atlético el balón es una fase del partido sólo un poco más relevante que el córner. De hecho, su jugada es como un córner desde cualquier lado.
Su auténtica emoción es el uruguayo. Estos cuartos de Champions han sido De Bruyne, Cristiano y Godín. Si será grande que contra él acabo estampándose la (decían) mejor delantera de la historia, luciérnagas contra un parabrisas parecían, como pelotitas adhesivas contra un pechazo de velcro.
En la primer parte se dedicó a cortar sus jugadas, en la segunda a recibir sus golpes.
Lo civil y lo criminal de Luis, homenajeado.
Tiene la delgadez de Pepe, como una aleación de junco y hueso, una fibra calcárea, con esa cosa como de saltamontes. Godin nos recuerda además que un central debe exponer el rostro y acabar como un ecce homo.
Godín fue el mapa de calor del partido. El fútbol se fue concentrando en la defensa, y luego progresivamente en él, y sobre él. Los balones, los codos, los puños, las rodillas…
Corazón magnético del fútbol, como si se le hubieran dejado algo olvidado dentro.
Godín dio y recibió y asumió el final del juego. O sea, la muerte exhausta del Barcelona acabó en él como amante desfogado en pecho ajeno. ¡Valhalla de la MSN!
Que vayan a ver a Godín los fans del tridente, que los tiene él, se los ha quedado.
Porque Godín llevó el partido a algo personal, personal por físico. Frente a lo incorpóreo del toque, que es pura línea, dibujo, él nos devuelve la carnalidad, el cuerpo del futbolista como materia y campo de juego. Hace, él sí, un fútbol físico.
Contra el espacio como resultado de una operación de habilitad y toque, la ocupación final del mismo con el incansable cuerpo de Godín.
¿No es esto el colmo del cholismo?
El Atlético no es toque, es cuerpo, futbolista sacrificado. Es siempre un atlético contra el rival o contra el balón. Del choque de sus partículas sale nueva energía futbolera.
Frente a la red de toques incorpóreos, la red de grafeno rojiblanco.
Tras el codazo de Suárez -socialdemocracia, ¡no te reconozco!-, el balón ya no importaba tanto como lo redondo y violeta de su párpado de púgil.
¡Godín se llevaba el partido a casa como se lo lleva el autor del triplete!
De todas las jugadas emergió él como el surfero saliendo de la ola.
Porque el Atlético depara siempre un momento de intriga en que los ataques del rival chocan con su defensa y no se ve qué pasa. Sólo intuimos que de la confusión saldrá airoso él y que el narrador, tras una incertidumbre, acabará gritando: “¡...Godín!”
Como si todo le rimase en ese apellido con final de platillo.
Tanto rodar el balón, para acabar en Godín.

No hay comentarios:

Publicar un comentario